UN MOSCO EN LA LECHE

UN MOSCO EN LA LECHE

Lo último que nos puede ocurrir es que empecemos a dudar también de las sentencias de las altas cortes, y no sería raro, dado el ejemplo que el propio presidente Santos acaba de dar con el sonado caso del fallo de la Haya sobre nuestros límites con Nicaragua.

Lo que sigue se refiere al histórico fallo del Tribunal Superior de Medellín que sacó de los beneficios de Justicia y Paz a los “niños” del bloque Cacique Nutibara.

Resulta que en el numeral 9 de la sentencia se ordena… “Expedir copias… con destino a la Investigación que la Fiscalía le adelanta a Luis Pérez Gutiérrez (exalcalde de Medellín), por concierto con bandas o grupos armados en las elecciones 2007 y 2011”.

Según un comunicado del Centro de Pensamiento Urbano, esa tal investigación, que en la sentencia del magistrado se dice que… “la Fiscalía adelanta…”, precluyó el 30 de octubre del 2012, es decir, hace casi un año.

Puede que en este país, como dice el tango, “cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón… Precisamente, por esa circunstancia, resulta causa de descuido imperdonable que un alto tribunal, garante finalmente de toda “verdad sabida y buena fe guardada”, no haya tomado nota de la respectiva decisión judicial, dejando incorrectamente sub iúdice al exalcalde en ese caso específico.

Toda la rama judicial sabe, es su praxis desde el notificador hasta el juez, que cuando se decreta la preclusión de un caso, esa decisión tiene como efecto cesar la persecución penal contra el imputado respecto de los hechos objeto de investigación, con efectos de cosa juzgada

En gracia de discusión, hasta vaya y venga que entre las partes en disputa se jueguen sucio; pero que una vez esclarecido los hechos se propicie en algún estrado judicial, por acción u omisión la perpetuación del infundio, no habla bien de la administración de justicia, el primer bien público que garantiza la convivencia pacífica y la real y verdadera seguridad democrática.

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Fin de folio: ¿Qué tal esa?... Desde el corazón mismo de la justicia, dando pábulo a esa sentencia que inmortalizo Voltaire: “Calumniad, calumniad, que de la calumnia algo queda”.