SE VENDE CANAPÉ...

SE VENDE CANAPÉ...

En Colombia, cada quien quisiera tener un país hecho a su imagen y semejanza, y eso no lo logró ni Dios… ¿Qué tal que, porque se equivocó con Adán y Eva su decisión hubiera sido “barajar y volver a repartir”?... Todavía estaría intentando hacer gente a su imagen y semejanza.

Entrando en materia, las Farc quieren una constituyente que les haga un país a ellos; Uribe quiere una constituyente que les haga un país en contra de ellos; Petro quiere una constituyente que le haga un país a su manera. Todos quieren constituyente, y los que dicen que no, lo que no quieren es una constituyente que no sea como ellos quieren…

Tras las pasadas elecciones, sí que se escuchan propuestas de reformas políticas, que es la otra vía, digamos que “la puerta de atrás”, por donde entran los materiales para la construcción de una constitución a la medida de los privilegios que se protegen desde el legislativo.

Se habla de acabar con la circunscripción nacional y el voto preferente; y también cuando pasan las elecciones locales se habla de eliminar la elección popular de alcaldes y gobernadores…

Pero toda esa verborrea reformista no es más que falta de autoridad, porque todo lo que ilegal o irregularmente se denuncia y se hace, podría investigarse y castigarse por las autoridades respectivas… Y cuando los infractores se den cuenta que “el delito no paga”, entonces la guerra, la corrupción, el fraude, el chantaje, la injusticia (en una palabra), habrá quedado reducida “a sus justas proporciones”, sin necesidad de vender el canapé que tan bonito se ve en las salas de las parejas decentes.

Es la justicia idiota, podría parodiarse... Justicia justa y oportuna, porque hay que señalar que no solo es impune lo que queda sin castigo sino la justicia que opera equivocada o tardíamente que es, lo que en las más de las veces, se aplica como justicia en Colombia.

Y cualquier cosa nueva que se intente a través de una constituyente o reforma constitucional; nueva ley o decreto y demás, caerá en lo mismo, porque el problema en sentido lato no es de forma sino de fondo: ¡La corrupción! Cambiar las formas en tales circunstancias, no vendría a ser más que otro altar a eso que entre nosotros ya es lugar común: “Que todo cambie para que todo siga igual”.