PRIMERO LO PRIMERO

Los exguerrilleros le están exigiendo al Estado lo que el Estado jamás ha dado a millones de colombianos honestos. La justicia social debiera llegar primero al ciudadano que cumple y respeta la ley, o al menos, par y paso, a unos y otros.

 

Una visión del país

Jaime Lustgarten

(Empresario)

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 Bastantes veces siendo niño escuché decir a los mayores que “los políticos son todos unos ladrones”… Hoy mis nietos escuchan lo mismo. De hecho, es la  razón por la cual a muchas personas no les interesa la política. Los casos recientes de las coimas de Odebrecht, los procesos contra funcionarios públicos y empresarios y la corrupción que invade las esferas del poder, son evidencias inobjetables de esta realidad.  No puedo aseverar o asegurar que  fueran todos los políticos unos sinvergüenzas, aunque algunos estén presos, y no todos por robar dinero… Pero se han burlado de los sueños de muchísimos colombianos. 

Luego, al crecer, supe que los llamaban los “Padres de la Patria”,  y nunca conocí la razón.  Entonces al ir creciendo va uno perdiendo la inocencia y  entiende que, en cierto modo, eran una especie de padres adoptivos,  que con su gestión pública obtenían recursos para ayudar a millones de necesitados, ellos se incluían desde luego, y muchos se quedaban con parte de esos recursos, o un pedazo enorme de esos auxilios, y era lo que les  permitía perpetuarse en el poder.

Sería tonto pensar que quien recibe dineros por votar dejara de hacerlo por quien lo favorece. Lo entendí como la sutil manera de comprar conciencias de la gente.  Pero es que usted no le debe nada al político, o al funcionario público que debe cumplir con su deber.

 Pues bien, nuestro país  ha cambiado, en parte, por inercia o por la evolución natural de la sociedad  en un proceso continuo ¿Pero lo ha hecho acaso al ritmo de otras naciones que nos llevan gran ventaja? 

La evolución, por otra parte, no siempre corresponde al mejoramiento de los aspectos materiales, que son notorios, sino que debe ir de la mano de temas académicos, tecnológicos, y del aspecto netamente humano y relacionado con la espiritualidad del hombre.

¿Qué hay entonces de la calidad de vida de los ciudadanos, el respeto a la ley y el desarrollo de las buenas costumbres; de  la paz interna del individuo que conduce, o debería conducir,  a la paz social? ¿Cómo  medir el desarrollo, acaso es un  intangible?  Por ejemplo, medir el comportamiento de los ciudadanos… 

Yo diría que el Estado debe llevar estadísticas, no solamente del costo de la canasta familiar, sino p. ej. de cuántas multas se ponen durante el año a los conductores por estacionar en lugares prohibidos; cuántos autos son recogidos por las grúas de tránsito;  cuántos peatones mueren atropellados; cuántos niños son abandonados por sus padres; cuántos ancianos hay sin hogar o sin atención médica; cuántas madres solteras hay, o niños abandonados; qué tantos profesionales obtienen su maestría; cuántos ingenieros o médicos existen en el país por habitante; qué número de menores de edad tienen hijos; cuántos alumnos no terminan los estudios elementales o de bachillerato y cuántos de los que se gradúan llegan a la universidad; qué tantas bibliotecas tenemos y con cuántos libros disponen, qué tantos escenarios deportivos o parques tenemos para satisfacer las necesidades de la población…

No es únicamente el ingreso per cápita o la estadística de desempleo lo que nos indica progreso. También es la calidad del empleo, la calidad de vida que tenemos y, también, conocer el promedio de vida de nuestra población.

La calidad de vida se mide también por factores que nada tienen que ver con el ingreso. El país se llenó de personas lisiadas por la guerra, no solamente en el aspecto físico, sino mental. ¿Sabemos realmente cuántos colombianos necesitan ayuda para superar los traumas de una guerra que lleva más de cincuenta años?

Creo que la reconciliación no está solamente en pagar a los afectados por la guerra, sino en compensar a quienes nunca recibieron educación por parte del Estado; ayudar a millones de colombianos a capacitarse y darles herramientas o recursos para empezar una microempresa, o una forma mediante la cual puedan subsistir dignamente. Los guerrilleros pedirán del Estado lo que el Estado jamás ha dado a millones que jamás han sido malos ciudadanos. La justicia se requiere  más con el ciudadano que cumple y respeta, que con aquel que vive al borde de la ley  y es amigo de los ajeno.

El país entero se llenó de personas que invaden el espacio público para colocar una microempresa que les permita subsistir; una venta de cigarrillos, de frutas, de minutos de celular o de artículos varios; la calle es un mercado persa y un circo… Todo obedece a que la gente no se quiere  dejar morir de hambre. Pero si miramos el índice de homicidios, éste ha venido creciendo de manera alarmante. Entonces, el bienestar del país se debe medir no únicamente con las cifras estadísticas actuales; hay que analizar esto con mayor profundidad y buscar soluciones con mayor pragmatismo.

Una sociedad sin solidaridad no tiene futuro. Debemos ver la necesidad de los demás antes que, con arrogancia, defendamos la propia. Es cierto que la guerrilla hará sus exigencias, pero hay que preguntarles que están dispuestos a hacer para ayudar a quienes ellos mismos han destruido: miles de camioneros que quedaron sin trabajo por la quema de sus vehículos; cientos de personas que quedaron minusválidas; a las viudas, a los que perdieron sus propiedades… El país necesita reconciliación, es cierto, pero el precio de la paz no puede ser la esclavitud, o entregar el país a la subversión. Tampoco debió ser un juego político para la reelección del Presidente Santos en el 2014, o para que se perpetúe la misma calaña que gobierna.

Digamos NO al continuismo… Pero también un fuerte SÍ para ir en busca de una forma democrática, sin la manipulación ni el engaño populista.

Debo terminar diciendo que dudo de quienes han usado la violencia para hacer política, quieran o respeten las reglas de la democracia,  y por ello los invito a rechazar a quienes hablan de democracia, mientras su vida no ha sido ejemplo de integridad y  moralidad.