Pido la palabra

 

 “Cuando yo estaba en el Congreso le hicimos un debate de control político a Santos cuando era ministro de Hacienda y para bajarnos la caña repartió puestos y presupuestos a manos llenas. Y eso que no tenía la plata que hoy tiene”: Navarro Wolf.

 La anécdota viene al caso en que –insistimos- mientras Colombia mantenga vigente la espuria reelección presidencial de Uribe, no puede calificarse limpia ninguna reelección presidencial en adelante. Si Santos lo intenta y lo logra, pasará a la historia como el segundo Presidente ilegítimo de un falso proceso en que el Congreso, no solo usurpó poderes del constituyente primario, sino que además lo hizo mediante un escandaloso cohecho que tiene en la cárcel a quienes vendieron su voto, pero no a quienes los compraron.

Lo más aberrante que se le infringió a Colombia en la pasada administración, fue la reforma de ese “articulito” que permite al Presidente de turno disponer de toda la plata de los contribuyentes para hacerse reelegir a través de un clientelismo sin asco, como el que se practica en los altares de los Consejos Comunitarios de antes y en los Acuerdos para la Prosperidad de hoy.

Hoy en día todas las campañas políticas de Colombia no son más que una burda conjugación de pobreza y clientelismo basada en las necesidades de la gente que los políticos y gobernantes de turno, desde el Presidente de la República hasta el más modesto concejal, llevan a las urnas a punta de unas casas regaladas, subsidios diversos, comidas gratis...

Esto sí que es patético en la vida municipal en donde los caciques se han apoderado del destino de los pueblos a punta de bultos de cemento, tejas y mamonas que gastan a los electores;  dineros que después recuperan con creces mediante el ya famoso CVY, símbolo de la corrupción nacional.

Puede que Uribe termine por pagar sus deudas con la justicia, pero nunca se podrá enderezar la ética nacional mientras subsista la reelección presidencial no solo mal habida sino mal diseñada.