NI EL ZORRO NI LAS UVAS

NI EL ZORRO NI LAS UVAS

Con la guerra y con la paz, como si una y otra fueran un jueguito de muñequero, quieren mover al electorado colombiano para que decida entre la derecha y la extrema derecha.

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Reinaldo Spitaleta
(Su columna en El Espectador.com)
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Ambas expresiones políticas han convertido al país en un territorio de miserias sin fin, en los que hay millones de desplazados, desempleados, miserables y otros desventurados. Lo han vendido al mejor postor (a veces, al peor), feriado lo público y diseñado estrategias para mantener a la mayoría de la población como reses a la cuales se lleva sin aspavientos al matadero.
Ya lo había dicho Tolstoi: “el poder es la causa de todos los males que sufre la humanidad”, y tal aseveración sí que tiene validez en Colombia, donde en doscientos años de vida republicana lo han detentado unas cuántas familias y grupos de privilegio. Los mismos que, según sus intereses, han promovido la guerra, para que sean los peones y los desheredados quienes se maten por trapitos rojos o azules. Y los mismos que, también según sus intereses, han hablado de paz, tal vez con la intención de dar tiempo a que los miles de muertos se pudran del todo y aquellos puedan comer y beber tranquilos, sin sentir el hedor.
Ahora, cuando se aproxima la segunda vuelta de elecciones presidenciales, ambos candidatos, Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, apelan al expediente de ser los abanderados de la paz o, según se mire, de la guerra, que también es un comodín en los comicios. Y ambos se pasan por la faja el artículo 22 de la Constitución de Colombia que dice que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.  ¿Y entonces?
Y es en este punto cuando las Farc (o “la Far”), un grupo guerrillero fundado por campesinos con el criterio de autodefensa, y que después se convertirá en una vasta industria criminal, vuelven otra vez como las grandes electoras, en particular en los últimos años, cuando “iluminaron” a Pastrana (Andrés) para llegar a la presidencia, y después a Uribe, y ahora a Juan Manuel Santos, pero, a su vez, a su rival de jornada.
Según sea el tratamiento que se le dé (con diálogos o con bala) al movimiento creado por Tirofijo y Jacobo Arenas, es que se manipula al electorado con el asunto de la paz o de la guerra. Y todo este tejemaneje pretende disimular que tanto Zuluaga como Santos, son igualitos en sus simpatías por el neoliberalismo, por los leoninos tratados de libre comercio, en especial con lo Estados Unidos; por marchitar la salud pública y privilegiar a los capos financieros en un negocio que estableció, desde 1993, la ley 100; son lo mismo en la “confianza inversionista”, que no es otra cosa que otorgar gabelas a las transnacionales que convierten el país en un banquete de sus apetencias y ambiciones.
Y se parecen en los “falsos positivos” y en las chuzadas y en sus métodos de lumpen para penetrar en los “secretos” del otro. Uno, claro, es el títere de la extrema derecha, la que auspició el paramilitarismo, las convivir, los despojos de tierra a los campesinos; y el otro, el muñeco de una derecha recalcitrante y oligárquica, que por supuesto siempre ha despreciado a los desfavorecidos y transmutado a Colombia en un burdel para que se diviertan en él los intereses foráneos y sus intermediarios criollos.
Las tácticas electoreras de ambos quieren polarizar al país, en un espectáculo que, ya por lo reiterativo de sus números mediocres, parece más de circo pobre. Ni Santos ni Zuluaga representan ni defienden los intereses populares, aunque ambos apelan a las tácticas populistas de viejo y nuevo cuño. Ahora, el ultragodo candidato uribista dice que continuará con los diálogos de La Habana. Y algunos se preguntan: ¿para captar votos de abstencionistas, de izquierdistas (como lo hace Santos con sus conversaciones antillanas) o porque le está haciendo guiños al denominado (por los uribistas) “castrochavismo”, o por ganarse titulares de prensa y de noticiarios?
Todo esto último es posible en medio de una prostituida campaña electoral, en la que los dos candidatos se aferran a la promesería y la demagogia. Si fueran serios no jugarían con un derecho inalienable del pueblo colombiano y cumplirían con su deber “de obligatorio cumplimiento” (el de la paz). Y como si no hubiera más opciones (la abstención, el voto en blanco) aprovechan para crear la sensación de que entre dos males hay que escoger “el menos peor”. Pues no, mis queridos. Entre dos males no hay que escoger ninguno. Y así uno puede estar tranquilo para seguir oponiéndose a ellos.