MIRANDO ATRÁS

MIRANDO ATRÁS

El pasado en presente siempre nos trae sorpresas, sobre todo de aquellos que viven al vaivén de las circunstancias…

Octavio Quintero (13 de junio del 2014)

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Puede que al vaivén se nos den resultados de beneficio personal (oportunista), pero al mediano plazo, también el vaivén genera una desconfianza tremenda porque, de quien cambia y cambia en provecho propio, ¿quién puede confiar en lo que dice como última palabra?
Es lo que parece estar pesando demasiado en la campaña reeleccionista del presidente Santos bajo la promesa de una propuesta de paz a todas luces politizada.
Aparte de que la administración Santos deja mucho que desear en estos cuatro años, la paz que promete como “última palabra”, no deja de asociarse a sus volátiles declaraciones de hace apenas cuatro años cuando calificaba al expresidente Uribe como “el mejor presidente de la historia”…
¿Cambió Uribe tanto en estos últimos años como para que ahora el presidente Santos lo considere “el peor presidente de la historia”?... O fue esa una declaración oportunista de coyuntura electoral.
“Mi voto por la paz” que excusa a muchos y muy ponderados analistas, intelectuales, escépticos y contradictores políticos para echarse al hombro la reelección inmerecida de Santos, como ellos mismos dicen, es un cheque en blanco de muy alto costo en manos de quien ha generado tanta desconfianza por sus frecuentes incoherencias.
Podría admitirse que el expresidente Uribe se convirtió a lo largo de su mandato en ese antisocial del que se habla hoy a diestra y siniestra (literalmente hablando); y que una vez elegido Santos, por razones de Estado, los presidentes vecinos (Chávez y Correa) se convirtieran de la noche a la mañana en sus “nuevos mejores amigos”… Eso es válido: ¿pero cuál entonces el motivo para que también de la  noche a la mañana su enconado vecino del Palacio Liévano, fuera bienvenido a su campaña reeleccionista?
No tiene lógica que el 19 de marzo lo haya destituido “en defensa de las instituciones”, además con el calificativo de “inepto”, y un mes después, cuando lo consideró báculo importante en su campaña reeleccionista lo aprecie “eficiente”, y ya no tenga reparos en pasar por encima de esas instituciones que antes decía defender… Y hay más ejemplos de este oportunismo pero, ¿para qué?: “un botón basta de muestra, los demás, a la camisa”.
A quienes creyeron en sus eufóricas declaraciones del “fin de las Farc” cuando dio de baja a Jojoy  y Cía. y  cazó a Reyes en el Ecuador, les queda muy difícil admitir que hoy siente “a esos terroristas” a la mesa en igualdad de condiciones con los representantes del Estado.
Tal vez resulte necesario iterar y reiterar que no votar por Santos no es votar por Zuluaga; que destapar sus llagas no es tapar la costra de Uribe; que desconfiar de las actuales negociaciones de paz, por estar politizadas, no es ponerse a favor de la guerra…
Quienes sostengan lo contrario, están prejuzgando a millones de colombianos que también queremos la paz, tanto o más que ellos, y que, precisamente en procura de ella, nos abstenemos de participar en el juego que estos dos auténticos exponentes de la guerra en el gobierno de Uribe le tienen trazado al país como el ‘carisellazo’ ese en donde con cara ganan ellos y con sello perdemos todos los demás.
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Fin de folio/Nunca antes estaría dispuesto a apostar en contra de mi escepticismo.