“LA REBELIÓN DE LAS MASAS”

“LA REBELIÓN DE LAS MASAS”
 

Donald Trump, último episodio de un fantasma que recorre el mundo desde Atenas – Madrid – Londres – Bogotá - Washington, por mencionar algunos, de un modo difícil de explicar

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Análisis en GES

(Octavio Quintero)

Director

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Entre los centenares de relatos que se han dado a manera de explicación del sorprendente triunfo de Trump, el más concordante con la realidad actual del estadounidense promedio, en nuestro concepto, es este de Alexander Burns, en The New York Times, que resume el golpe dado al sentido común que parecía estar del lado de Hilary Clinton, sangre y cuerpo del establishment.
 
“Donald Trump: el magnate que llegó al poder con su reflejo del hombre común”, dice, y agrega: “Donald Trump capturó el apoyo de miles de votantes blancos que se sentían intranquilos con los cambios económicos.”.
 
O sea, lo mismo que antes: “La economía, estúpido”.
 
La verborrea de Trump arrasó con todos los inamovibles del discurso político de buen recibo, colocando al centro la defensa del ciudadano estadounidense promedio al que definió como víctima de escarnio público debido a su raza blanca o religión; atacó la legitimidad del proceso político; ignoró las convenciones del civismo más elemental, recurriendo a la vulgaridad y a las humillaciones en contra de sus oponentes y críticos en los medios de comunicación; y en un último acto de desafío, Trump salió victorioso, convocando a una marejada de apoyo de blancos con menor educación y desplazados por cambios en la economía y con una resistencia férrea a los cambios de tono cultural y racial del país; barrió con los gobiernos de Reagan en adelante; despotricó del modelo neoliberal y su eje fundamental: el libre comercio que ha provocado la desindustrialización local y un tremendo desempleo; y cuando todo lo tenía patas arriba, remató su discurso felizmente con esta síntesis: “Ustedes son los hombres y las mujeres olvidados de nuestro tiempo. La gente que trabaja arduamente pero que ya no tiene voz: I’m your voice” (Yo soy su voz), una derivación jubilosa de “Es la economía, estúpido”.
 
Con su victoria en estas elecciones del 2016, le dio quizá la mayor sacudida al sistema político de la historia moderna de Estados Unidos y abrió la puerta a una era de extraordinaria incertidumbre en casa y alrededor del mundo.
 
Sigamos leyendo al columnista Burns, del Times:
 
La campaña que llevó a Trump al umbral de la Casa Blanca reprodujo un patrón familiar de su vida, pero en una escala monumental:
 
Hijo de un acaudalado desarrollador de bienes raíces de Queens, Trump, de 70 años, pasó décadas tratando de conseguir aceptación social en los círculos exclusivos de Manhattan y buscando, a veces de manera desesperada, persuadir al resto del mundo para que lo vieran como un gran hombre de negocios. Sin embargo, las élites y los líderes políticos a menudo lo recibieron con desdén burlón.
 
Trump se presentaba como un defensor del hombre común —una persona de gustos poco refinados pero con un peculiar atractivo popular— y desempeñó el papel con toda extravagancia, primero en los tabloides de Nueva York y después en televisión. Se convirtió en un erudito en todos los temas, despotricando contra la delincuencia en Nueva York y el comercio internacional y la legitimidad de Obama como presidente, a veces en términos incendiarios.
 
Trump anunció oficialmente su campaña presidencial el 16 de junio de 2015 en la Trump Tower en Nueva York.
 
Su candidatura se desarrolló casi del mismo modo: impulsada por la furia de un marginado agraviado, más alineado con las sensibilidades de los trabajadores blancos que con sus iguales en la sociedad.
 
En el primer día de su campaña, el 16 de junio de 2015, Trump comparó su búsqueda por el éxito en Nueva York con su ingreso a la arena política.
 
En un discurso ante una multitud compuesta principalmente de periodistas en el vestíbulo de la Trump Tower, Trump mencionó que los analistas políticos habían predicho que “nunca podría competir”. Segundos más tarde, recordó que su padre, Fred Trump, lo había instado a no competir nunca en “las grandes ligas” de Manhattan.
 
“‘No sabemos nada de eso. No lo hagas’”, dijo, citando a su padre. “Yo dije: ‘Tengo que adentrarme en Manhattan. Tengo que construir esos enormes edificios. Tengo que hacerlo, papá. Tengo que hacerlo’”.
 
Impulsado por esa misma ambición sin límites, la candidatura de Trump estuvo marcada por incontables tropiezos y errores, desde los discursos groseros y dispersos que pronunciaba a diario hasta las acusaciones de abuso sexual que parecieron paralizarlo en las últimas semanas de la carrera. Ningún otro candidato de la historia había insultado con tanta libertad ni se había visto tan golpeado por el escándalo, solo para seguir luchando y resultar vencedor.
 
Trump hizo dos o tres cosas bien que acabaron por importar más que todo el resto. En el ámbito visceral, entendió la dinámica que el liderazgo político de ambos partidos no había visto o había ignorado: principalmente, la frustración descarnada de los electores blancos de la clase trabajadora que apoyaban su candidatura con una fuerza decidida.
 
Trump los convenció más con pronunciamientos viscerales sobre comercio exterior, guerras en el extranjero y trabajadores inmigrantes, que con promesas electorales. Dejó a sus rivales republicanos de las primarias atónitos ante su rechazo a las políticas convencionales y expuso un enorme abismo entre el programa de recortes fiscales y austeridad fiscal preferido por los conservadores tradicionales y las preocupaciones de las bases del partido.
 
Ridiculizado por críticos de derecha e izquierda, rehuido por las figuras más respetadas de la política estadounidense, incluyendo cada uno de los expresidentes vivos, Trump equiparó su propia condición de marginado con los resentimientos de la clase blanca.
 
Hasta los improperios y la incivilidad que consternaban a los guardianes del discurso político parecían no hacer más que estrechar los lazos entre Trump y sus seguidores. Hizo a un lado las normas sociales por considerarlas simple “corrección política”, burlándose de la apariencia física de la esposa de un opositor, criticando ferozmente el matrimonio de Hillary Clinton y esgrimiendo estereotipos de minorías raciales, todo para ganarse el aplauso de su base electoral.
 
En resumen, Trump se promocionó ante el país como el abanderado de la rabia populista blanca y prometió ante la Convención Nacional Republicana en Cleveland defender “a los obreros desempleados y las comunidades oprimidas por nuestros horribles e injustos tratados comerciales”.
 
Por si queda alguna duda del golpe dado al establishment, leamos a Paul Krugman: “Estados Unidos, nuestro país desconocido.”:
 
La gente como yo, y probablemente como la mayoría de los lectores de The New York Times, en verdad no entendemos en qué país vivimos. Pensamos que nuestros conciudadanos no votarían por un candidato tan evidentemente poco calificado para el máximo cargo, con un temperamento tan demente, tan escalofriante como absurdo.
 
Pensamos que la nación, si bien lejos de haber trascendido los prejuicios raciales y la misoginia, se había vuelto mucho más abierta y tolerante con el paso del tiempo.
 
Pensamos que la gran mayoría de los estadounidenses valoraba las normas democráticas y el Estado de derecho.
 
Resulta que estábamos equivocados. Resulta que hay un gran número de personas —blancas, que viven principalmente en áreas rurales— que no comparten para nada nuestra idea de lo que es Estados Unidos. Para esas personas, se trata de una cuestión de sangre y tierra, del patriarcado tradicional y la jerarquía étnica. Y resulta que hubo muchas otras personas que podrían no compartir esos valores antidemocráticos que, sin embargo, estaban dispuestas a votar por cualquiera que representara al Partido Republicano.
 
No sé qué nos espera. ¿Estados Unidos ha fallado como Estado y sociedad? Todo parece posible. Creo que tendremos que levantarnos y tratar de encontrar la forma de continuar, pero esta ha sido una noche de revelaciones terribles y no considero que sea un exceso sentir tanto desconsuelo.
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Fin de folio.- Una nueva “Rebelión de las masas” recorre el mundo. Aspectos filosóficos, sociales, políticos y morales se vinculan desde Atenas – Madrid – Londres – Bogotá - Washington, por mencionar algunos, de un modo difícil de explicar: masas, fascismo, técnica, liberalismo, guerra y paz, son algunos de los temas que recorren la obra de Ortega y Gasset (1930). Valdría la pena releerla a ver si nos permite entender el tiempo nuestro.