IDIOTAS ÚTILES

Todos los periodistas caemos en el juego del idiota útil cuando, sin darnos cuenta, nos convertimos en parlantes de retardadas moralizaciones que se emprenden en la época electoral contra todos los candidatos a cualquier cargo público o corporación de elección popular.
Surgen como de la nada los informantes “de buena fuente” que nos ponen en la mano el expediente o la acusación contra tal y por cual que cursa en la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría, la Corte Suprema o el Consejo de Estado; y de ahí para abajo, un reguero de quejas judiciales e investigaciones penales y administrativas que pasaban de agache en la época fría.
Y todo es cierto. El periodista que haga la correspondiente investigación se encontrará con la fidelidad de los documentos que le han llegado “por el correo de las brujas”. Y si le da por llamar al inculpado, seguramente este le confirmará la investigación pero, dirá en su defensa, que se trata de “calumnias de la oposición” y que ya verá como nada de lo que se le acusa es cierto, o al menos, del tenor en que lo ponen sus enemigos, no solo políticos sino personales, cuando de elecciones locales se trata.
Pero más allá de esta explosión moralista electoral, los informantes lo que buscan es sacar las castañas del fuego con mano ajena, es decir, que la eventual publicación del periodista ponga en descrédito electoral al contrincante para que su contendor pase por la calle del medio hacia el cargo público del que saldrá, al fin del mandato, con las mismas suciedades de su vencido contendor.
Estamos atrapados: si no le paramos bolas a las denuncias, nos acusan de tapar al candidato corrupto; y si les paramos bolas, terminamos haciéndole el juego al contendor del corrupto que, por lo general, es otro corrupto. “Tíreme ese trompo en l’uña”, dice el docto vulgo.