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DE LA POLÍTICA DE MERCADO AL MERCADO POLÍTICO

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La democracia colombiana hoy en día se soporta en una insostenible minoría que, tan solo por esto, debiera tomarse muy en serio la afirmación de que el nuevo Congreso es ilegítimo.
A la abultada abstención del 57 por ciento, súmesele el 6 del voto en blanco, el 5 de tarjetones no marcados y el 12 por ciento de votos nulos y obtendrá un resultado del 80 por ciento.
Para seguir hablando en cifras redondas, ese 80 por ciento de 32 millones que suma el total del potencial electoral de Colombia, arroja la friolera de casi 26 millones de electores no contribuyentes a la conformación de dos de los tres poderes del Estado: el legislativo y el ejecutivo, dado que, más o menos en la misma proporción, se mueve la elección presidencial.
Como el tercer poder, el judicial, se conforma mediante mecanismo de elección indirecta, resulta obvio entender que la ilegitimidad del legislativo y el ejecutivo la hereda el judicial, y así tenemos en este país un sistema democrático conformado por una inmensa minoría de 8 millones de electores, sobre un potencial de 32.
Pero ahí no para el asunto. Es vox populi la alta corrupción que ronda las elecciones en Colombia, cruzadas por fraudes y sobornos electorales de todas las pelambres y de cabo a rabo.
¿Cuántos de esos 8 millones de electores que contribuyen efectivamente a la conformación del régimen gubernamental lo hacen a conciencia, es decir, por  convicción ideológica o aún solo por simple afecto personal a determinado candidato?
La siguiente cifra podría calificarse como traída de los cabellos, pero a la voz de las denuncias y señalamientos hechos en torno a senadores y representantes elegidos en los pasados comicios; sus sorprendentes resultados; el derrame exagerado de “mermelada”, como se le dice a la nueva forma de comprar votos con dineros públicos, podría estimarse que al menos la mitad de esos 8 millones de electores están inducidos por motivos ajenos a lo estrictamente político; es decir, desde el punto de vista político, les importa un bledo qué corriente representan y a quién defienden o a qué van: si a legislar en beneficio de todos o de algunos en particular…
Esos cuatro millones solo están dominados por el CVY (cómo voy yo), sonoro nombre del interés particular que Adam Smith  hubiera envidiado para su mano invisible.
Y, parodiando al senador Robledo del Polo democrático, de este ‘menjurje’ electoral la gente espera que votando mal la gobiernen bien.