HABLAMOS DE TODO UN POQUITO

HABLAMOS DE TODO UN POQUITO
Introducción

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Escribiendo uno de los habituales editoriales de El Satélite se nos ocurrió usar la palabra ‘atarván’, y  al no encontrarla en el diccionario de la Real Academia de la lengua Española (DRAE), entonces buscamos ‘atarbán’ que tampoco figura.

Son esas sorpresas lingüísticas con las que uno se topa al cabo del tiempo, ya que el término lo habíamos escuchado por muchos años en boca de doctos tan reconocidos como el mismo García Márquez que en Cien años de soledad dice:

(…) “No podía concebir que el muchacho que se llevaron los gitanos fuera el mismo atarván que se comía medio lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades marchitaban las flores"…

Me resulta absolutamente imposible seguir escribiendo o diciendo nada que no sepa exactamente qué significa y de dónde proviene. En esas horas de la madrugada en que prefiero trabajar, me dije: “Atarván tiene que existir porque, si no, ¿yo de dónde iba a sacar eso?

Pues, vea usted, que me tope en Internet el siguiente y muy enjundioso  artículo de Daniel Alejandro Castelblanco  que, solo con algunas ligeras correcciones de estilo, con la venia del autor,  dejo a consideración de los lectores de El Satélite.

Del castellano al español

Por Daniel Alejandro Castelblanco

(danielcastelblanco@gmail.com)

A pesar de que la Constitución señala que “el castellano es el idioma oficial de Colombia”, y muy a pesar de que Juanes haya adoptado el lema “se habla español” como su consigna publicitaria, me atrevo a decir que el español no es tan español como nos han querido hacer creer, pues, en el país ibérico conviven lenguas tan disímiles como el fala, el castúo, el aranés, aragonés, bable, caló, valenciano, gallego, catalán y euskera, y que esa lengua que llamamos castellana no es una esencia, sino un crisol minado por cientos de vocablos provenientes de otras lenguas que testimonian los viajes del idioma y la adopción que este ha hecho de innumerables legados lingüísticos a través de los años.

Tal es el caso de los cientos de palabras árabes que conforman la lengua castellana y que son producto de los ocho siglos de ocupación musulmana en la península ibérica. No resulta extraño, entonces, que cientos de palabras de uso cotidiano como alcohol, zaguán, alacena, almohada, joroba, jinete, talco, hazaña, embarazo, real, maroma, zaque, rehén, tarea, babucha y zoquete; o alimentos como café, ajonjolí, zanahoria, aceite, toronja, acelga, limón, lima y tamarindo; siguiendo con animales como alacrán, jirafa o jabalí; objetos como taza, valija, mameluco o máscara; bebidas como sorbete, jarabe y elíxir; instrumentos musicales como la guitarra, el tambor y la matraca; deseos que invocan a dios como ojalá y expresiones tan habituales como hola, mamola y ¡hala!, tengan un sonido tan árabe.

 

Historia

La historia del idioma es una historia de ocupaciones bárbaras, derramamientos de sangre y triunfos que perduran más allá de las atalayas y los muros derrumbados o superpuestos. Tanto es así, que cuando los españoles arribaron a las tierras de lo que consideraron ser el Nuevo Mundo, sólo se les ocurrió imponer su lengua y religión. Y aunque con sus arcabuces y cruces asesinaron grupos humanos enteros, no pudieron extinguir la flama del verbo, pues, gran parte de las palabras indígenas sobrevivieron, y hoy día hacen parte fundamental de las conversaciones que sostenemos. Sin ellas, muy difícil nos sería nombrar y señalar las realidades de la América mestiza.

Aunque el Tribunal de la Santa Inquisición requirió de los indígenas que olvidaran su lengua y hablasen correcto latín; y aunque el fuego fanático convirtió en humo varios siglos de sabiduría recogida en códices y nudos parlantes o kipus, hoy por hoy los aportes de esas lenguas ancestrales son indispensables para nombrar la realidad fraguada por los siglos.

Lenguas nativas

De las tierras mesoamericanas fueron adoptadas las plantas y sus respectivos nombres en lengua náhuatl, como Xocoatl (xoco = amargo y atl = agua), awacatl y cacawatl.

De las culturas pertenecientes a la familia lingüística arawak, palabras como cacique, bohío, barbacoa, hamaca, canoa, yuca, tabaco, guayaba y huracán.

De la lengua quechua o runasimi, los nombres de la alpaca, el wakamayu y el del árbol de kawchu.

De la lengua karib, palabras como papaya, bejuco, macana y arepa.

Del taíno, maní y kaimán, y de procedencia indígena incierta, los nombres del tucán, el maracuyá y el tiburón.

¿Atarbán o atarván?

El término es usado como adjetivo en gran parte de Colombia para calificar a una persona de bruscos modales u ordinaria. Y aunque su significado es del dominio público y casi cualquiera sabría usarla, la palabreja, de origen muisca, no aparece en el DRAE, ni tampoco en los más reconocidos diccionarios de colombianismos.

Es por esta razón que tampoco tiene una grafía definida, pues, al no ser reconocida puede escribirse atarvan o atarban (con tilde o sin tilde). Como usted prefiera, lo cierto es que La palabra procede del  muysqubun (la lengua de la gente) y su primer origen está en Atabanza: Señor de las dádivas.

Atabanza es un término compuesto por los vocablos ATA + BAN + ZHA, que discriminaré así:  ATA, representa el número uno, según la “Disertación sobre el calendario de los muyscas, indios naturales de este Nuevo Reino de Granada”, escrita por el cura, José Domingo Duquesne de la Madrid, quien estuvo a cargo de la iglesia de Gachancipá durante la segunda mitad del siglo XVIII. ATA es el número uno, pero es también símbolo de la unidad, del todo y del cosmos, así como sinónimo de los bienes.

La raíz TA, lingüísticamente, forma en la lengua muisca muchos verbos compuestos en los cuales implícitamente está incluido el sentido DONAR (…) y ZHA significa sin nada o noche. Así, ATA – BAN – ZHA, viene a ser como generoso o liberal. Alguien que no retiene lo donado. Si al término ATA -BAN-ZHA se le resta el sufijo de negación ZHA, éste queda así: atavan = avaro, porque retiene lo donado.

Con el paso de los años, y muy a pesar de la imposición de la lengua ibérica de Castilla, Atabán siguió usándose para calificar a los mezquinos y roñosos. Sin duda los indígenas llamaban atabán a los españoles, sin que estos se dieran por enterados.

Así transcurrieron cinco siglos al cabo de los cuales, sólo el fonema ‘r’ fue añadido al término, seguramente para articular las dos sílabas y hacerlo más fácil de pronunciar.

Hoy día, atarbán ( o atarván), más que avaro, significa patán y es sinónimo de guache, otro vocablo de origen muisca. En el ‘Diccionario de Bogotanismos’, aparece como Atarban: Mequetrefe; chisgarabís; vagabundo; y en el Lexicón de colombianismos como Atarván: Pícaro, oportunista.

¿Se habla español?

Como se ve, resulta temerario afirmar que “se habla español”, pues ni los españoles mismos lo hacen.

La lengua que nos legaron los abuelos, es una amalgama del acero toledano y las alquimias mozárabes; de las sangres karib y arawak; chibcha y maya; kechua y aymará; guaraní y araucana, mezcladas impúdicamente con tantas otras lenguas que harían obscena su orgiástica descripción. La lengua que dejarán a sus herederos los de este siglo XXI, seguramente dará fe de la globalización en la que nos hallamos inmersos.

Usted mismo puede ver, en breve conversación de buseta, cruzarse entre los jóvenes palabras latinas y muiscas, inglesas, germanas, árabes y cumanagotas. No hay purismos que justifiquen el nacionalismo. Nuestra esencia es el cambio.

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Fuentes de este artículo:

ACUÑA, Luis Alberto. Diccionario de bogotanismos. Instituto Colombiano de Cultura Hispánica: Bogotá, 1983.

ALARIO Di Filipo Mario. Lexicón de colombianismos. Banco de la República. Biblioteca Luis Ángel Arango: Bogotá, 1983.

ESCRIBANO, Mariana. Investigaciones semiológicas sobre la lengua chibcha o muisca. Universidad de París 7: París, 1991.

IBARRA Grassco Dick Edgar. Lenguas indígenas americanas. Nova: Buenos Aires, 1958.

REYES Manosalva Eutimio. Patronimia y toponimia chibcha. Apellidos y nombres de lugares de Boyacá, Cundinamarca, Meta, Casanare, Arauca y provincias guanes chibchas de Santander.

Muysca: Tunja, 2007.