ES LA POLÍTICA, ESTÚPIDO

ES LA POLÍTICA, ESTÚPIDO
 

¿De qué sirve saber el qué sino se tiene la palanca del cómo?

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Reflexiones GES

Octavio Quintero

Director

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Hace poco más de dos años, el premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, en una de sus habituales columnas sindicalizadas, bajo el título “Democracia en el siglo XXI”, contenido en su obra, “La gran brecha”, página 145, decía:
“El principal interrogante al que nos enfrentamos hoy en día, realmente no es un cuestionamiento sobre el capital en el siglo XXI. Es una pregunta sobre la democracia en el siglo XXI”.
 
Podríamos entonces creer que sería una gran reforma política, no económica, la que nos llevará al mejor de los mundos posible.
 
Ya no cabe duda que el poder económico ha cooptado en el mundo entero, los poderes tradicionales de la democracia: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, junto con el que se cree “poder mediático”, que no es más que el instrumento a través del cual el poder económico maneja su “zanahoria y/o garrote”, según las circunstanciales conveniencias.
 
Desde la perspectiva del poder popular, al que de tiempo en tiempo se le da la oportunidad de expresarse en elecciones, el enfoque de Stiglitz resulta más viable, aunque no fácil de ejecutar, que el enfoque de Piketty, pues, siempre será más fácil influir o cambiar un político que influir o cambiar la teoría económica, que viene al caso.
 
Y la razón es simple: el político se mueve por una “voluntad popular”, en tanto que el economista se mueve por una “voluntad eficiente”, que no quiere decir, valga la salvedad anticipada, que la eficiencia pueda ponerse por encima de la equidad. La eficiencia sin equidad es como la belleza en una mujer sin virtud: “un elemento más de perdición”, decía Vargas Vila.
 
La nueva teoría de Piketty sobre “El capital en el siglo XXI”, ciertamente nos puede llevar a ese mundo mejor… Pero, sin voluntad popular, ni primaria ni delegada, ¿quién le pone el cascabel al gato? Es, entonces, donde adquiere claridad la pregunta por la democracia de Stiglitz…
 
Si nos proponemos cambiar el rumbo del mundo, o apenas el de nuestro país, o tan siquiera el destino de nuestro municipio, la cuestión es con política, no con teoría económica porque, de qué nos sirve saber el qué si no tenemos el cómo.
 
Por ejemplo, en presencia de una nueva reforma tributaria en Colombia, que se propone recargar el peso general de su producto fiscal sobre los ya cansados hombros de la clase media y trabajadora, Piketty tiene en su biblia (‘El capital en el siglo XXI’) la fórmula de producir más recursos fiscales sin castigar a los más débiles, lo que quiere decir, por supuesto, poniendo a tributar a los más fuertes:
“Simples cambios —incluyendo la aplicación de niveles más altos de impuestos a las ganancias de capital y las herencias, un mayor gasto para ampliar el acceso a la educación, la aplicación rigurosa de las leyes antimonopolio, reformas a la gobernanza corporativa que contengan los salarios de los ejecutivos y regulaciones financieras que frenen la capacidad de los bancos para explotar al resto de la sociedad— reducirían la desigualdad y aumentarían la igualdad de oportunidades de manera muy notable”.
 
¿Contiene nuestra próxima reforma tributaria algo de esto? No, definitivamente no. No porque sus diseñadores (el gobierno) sean ignorantes, sino porque en el modelo neoliberal que se nos impone,  la racionalidad económica ha sido puesta por encima de la racionalidad política, ésta última que ya poco importa, pues, bajo una democracia sin pueblo, donde cada vez es menos la gente que se preocupa por la política, la imagen pública, que antes era condición sine qua non de gobernabilidad, hoy es lo de menos.
 
España, Venezuela, Brasil, Colombia, son ejemplos al canto: España lleva seis meses en manos de Rajoy, un gobierno interino; en Venezuela, Maduro se mantiene con las calles llenas de gente en su contra; en Brasil, Temer, un oscuro político que de carambola llegó a la vicepresidencia, logró tumbar a la presidenta Rousseff de gran respaldo popular; y en Colombia, el presidente Santos lleva seis años de gobierno flotando su imagen pública abajo del 50 por ciento.
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Fin de folio.-Yo soy Garrid, cambiadme la receta: ¡Es la política, no la economía, estúpido!