ALCE LA MANO EL QUE NO QUIERA LA PAZ

ALCE LA MANO EL QUE NO QUIERA LA PAZ

YO TAMBIÉN QUIERO LA PAZ

(Octavio Quintero, 09 de abril del 2014)
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Era de esperarse que el proceso de paz influenciara el debate presidencial de este año, al decidir las partes continuar el diálogo ininterrumpidamente.
Y no resulta imprudente que en un ambiente democrático, cada quien exprese sus opiniones, porque debe admitirse que si el punto de llegada es la paz, el camino puede ser diferente; y, en el fondo, a lo largo del conflicto se han recorrido varios caminos, sin éxito, quizás porque nos hemos propuesto convertir en enemigos de la paz a los que piensan diferente a nuestra manera de alcanzarla.
Es un vicio propio de la mezquindad política de este país, en donde se sacrifican obras de suma importancia para la sociedad, simplemente por evitar que la impronta quede en tal o cual partido: el metro de Bogotá, por ejemplo, que cada vez que lo propone un gobierno liberal encuentra la oposición de los conservadores, y viceversa… Y en eso llevamos más de 100 años, y nada.
Ahora resulta “obvio” que los uribistas quieran “sabotear” el proceso de paz de Santos porque es evidente que el presidente lo está usando para su propio beneficio de la reelección… Y como en política, sobre todo en la política colombiana de los últimos años, todo se vale, pues, ahí tenemos las consecuencias de una especie de metonimia política dentro de la cual ahora Santos es igual paz y Uribe es igual guerra.
No, por ahí no es la cosa… Cuando la constitución nos dice que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento” (art. 22), lo que deja como imperativo es el qué y lo que se abre como discusión, es el cómo.
Por eso no resulta elegante descalificar a todos los que anden criticando el actual proceso de Santos, ni viceversa. La mejor contribución que se puede hacer al proceso es dejar que todas las opiniones fluyan con la mayor libertad, y enviarle el mensaje a los electores de este próximo 25 de mayo en el sentido en que, gane quien  gane, su obligación es proseguir el proceso, tal como lo trae Santos o de otra manera, pero proseguirlo porque, si no, estaría incumpliendo la constitución.
Tal vez, si se abriera la mesa de la Habana en donde pudieran estar todos los actores, el proceso quedaría blindado. Y si no se quiere hacer tan “democrática” la mesa, por aquello en que creen algunos, no sin cierta razón,  de que tanta democracia mata la democracia, entonces proponer un acuerdo político entre los 5 candidatos en el que se comprometan a proseguir el diálogo abierto, respetando los acuerdos ya logrados y negociando a su manera los que sigan pendientes, sería otra forma de deslindar el proceso de uno u otro resultado en las elecciones presidenciales.
Más que seguir engañando a la gente con una oferta de “guerra o paz”, que no es el caso, hay que empezar cuanto antes a buscar consensos sobre la justicia que se aplicará al posconflicto, si transicional o restaurativa; o si un poco de una y otra porque, aunque lo haya dicho un guerrillero, no deja de tener lógica: nadie se sienta a negociar la paz para salir preso…