Ricardo Silva Romero

10.08.2012 05:23

Constancia: su columna en El Tiempo 09/08/12
.-

Santos jugaría un buen segundo tiempo si supiera leer en la constancia
nueva de los estudiantes un mundo que ya no cree en castas.-

Dejo constancia de que el Gobierno ha seguido menospreciando a los
estudiantes. Dejo dicho que -en ejercicio de una centenaria tradición
colombiana- la Ministra de Educación no aprende: el movimiento
estudiantil, una pacífica declaración de principios, ha denunciado en
voz alta que está siendo asediado por bandas paramilitares, ha
advertido a la administración de Santos que negarse a concertar las
políticas de formación superior con la comunidad académica es
"reeditar un error", y ha anunciado que no obstante entregará en
octubre un proyecto de ley que reclame para la sociedad el derecho a
una educación pública que en verdad cierre las zanjas sociales, pero
la Ministra, bajo el paraguas de sus buenas cifras de cobertura, tiene
cara de estar esperando a que las protestas vuelvan a las primeras
planas para entender que el movimiento sigue siendo una noticia.
Antanas Mockus confesaba el otro día, en EL TIEMPO, que lo que más le
dolía de haberse dejado ganar la Presidencia era haber estado tan
cerca "de reenfocar toda la agenda colombiana en términos de educación
e innovación". Hubo una vez de aquella campaña estremecedora, cuando
millones de personas se atrevieron a gritarle a Mockus "¡mi profesor,
mi presidente!", que la pragmática Colombia pareció recobrar el coraje
que requiere reconocer lo obvio: que la educación podría probarnos que
no estamos condenados a administrar esta violencia. "Pero no lloremos
sobre la leche derramada", agregaba Mockus en el texto que digo. Y sin
embargo, quizás el camino que hay que seguir sea repetir ese lamento:
"hubiéramos podido ser una nación que no ve a sus profesores ni a sus
alumnos de reojo". Pronto caeríamos en cuenta de que aún podemos
serlo.
Tendremos que serlo. Porque, ahora que la televisión e Internet no
solo superan todas las cifras de cobertura sino que han ido dando a
todo el mundo el mismo mundo, ahora que los estudiantes aprenden por
su cuenta que no tienen por qué resignarse a su suerte, no queda
alternativa: la rancia educación del país, que un mal día nos
sentenció a un sistema de castas, está obligada a estar a la altura de
una generación que sí sabe que tiene una voz.
Pero no me hagan caso a mí. Yo, desde que tengo memoria, he vivido
rodeado de profesores. En la habitación de mi infancia había un
tablero de pizarra lleno de tizas de colores. De tanto en tanto oigo
la frase "su papá cambió mi vida". Y sé que cientos de falsos
pedagogos escampan de la vida real en los salones. Pero tengo claro lo
que les debemos a todos los demás: ni más ni menos que otra lengua. No
he podido hallar en la sociedad una vocación, un oficio, un arte más
vital que el de la educación. Voy por ahí creyendo lo que me dijeron
en clase: que el único poder lo da la autoridad, que hay que digerir
el ego y hay que saber leer el mundo. Y pienso en la cita de Borges,
"es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de
estos ejercicios, y yo su redactor", cuando pienso que la vida es el
diálogo del buen maestro con el buen discípulo.
No me oigan a mí. Yo no les temo a los lugares comunes. Para decir que
el incansable movimiento estudiantil debe ser coautor de la ley de
educación superior, soy capaz de escribir sin asomos de culpa que "la
vida es una carrera de obstáculos hacia lo obvio" y "las calles no se
deben hacer por donde improvise el gobierno sino por donde pase la
gente". En fin. No me crean a mí. Créanle, eso sí, al movimiento
estudiantil. Tráiganlo de nuevo a las primeras planas. Santos, que en
campaña tachaba a Mockus de "profesor", jugaría un buen segundo tiempo
si a su equipo no lo entorpeciera tanto la arrogancia, si, por
ejemplo, supiera leer en la constancia nueva de los estudiantes un
mundo que ya no cree en castas.
www.ricardosilvaromero.com

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