REFLEXIONES: MARIANO SIERRA

01.04.2018 09:32

LA DECADENCIA DE LOS PARTIDOS

(…) En este libro, hay bastante para disgustar a todos los partidos y para encolerizar a todas las facciones. No teniendo otro partido que el de la Libertad, está llamado a despertar el odio de los opresores y a provocar el celo vil de los aduladores: Vargas Vila (1920)

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El país viene sumido en una cadena de decadencia institucional, social, ideológica, amén de otros tipos de pensamientos y creencias.   Crisis en el Congreso de la Republica, crisis en la justicia, crisis en la salud, crisis en la política, crisis en la economía, crisis en la iglesia, crisis múltiples por la arremetida de la corrupción en los entornos sociales y del Estado. Pero el tema de esta reflexión, es la crisis de los partidos políticos que los sentencian a la decadencia, por hallarse en un vacío de orden ético y por ende sus principios y objetivos ideológicos están sumergidos en un desprestigio total, en una ceguera moral, en unos agujeros negros sin salida, ni luz de esperanza.

Posiblemente esta nota causara malestar en algunos partidos, pero mi conciencia resalta la búsqueda del despertar a quienes se han prestado para desviar los objetivos, viéndose favorecidos en sus campos personales. La fuerza de los partidos reside en el carácter de sus dirigentes que hoy se ha visto apocado. Cuando se posee conciencia de partido, se posee grandeza ideológica, altruismo y talante patriótico. Para servir a un país, a una sociedad, se hace por medio de unos liderazgos que saben entonar el himno de la liberación y de desarrollo socio político. Lo que se individualiza se hace antagónico, esto es, que los partidos tienen carencia de sentido ciudadano. Todo partido debe tener espíritu humanista con concepción social. Ningún partido, movimiento o institución debe ser ateo social. Todo acto indebido de los partidos se castiga con su muerte política implacable.

Dirigir un partido requiere entereza, liderazgo, carácter, requiere de virtudes y principios que no esclavicen a sus integrantes y seguidores, para que no se decepcionen. Todo esto, permite obtener la fuerza y la transparencia para conducir, para ofrecer orientación y desarrollo. Desorientar es de déspotas que buscan poder. El alma de la honradez se refugia en la conciencia humana. Los partidos están para sembrar paz, denunciando a los tiranos, y a los atropelladores de los derechos.

La decadencia de los partidos sucumbe con los incapaces y su demagogia caduca confundiendo las huestes de sus seguidores. En los partidos políticos anidan los lacayos de las elites. Para ellos la rebelión es temerosa porque es el poder quien los defiende. Los partidos abusan de la intelectualidad, se conforman con deshonrar los principios acudiendo al imperio de la corrupción y así van constituyendo la vergüenza histórica que desgarra los principios democráticos, para profanar el voto en las entrañas de las urnas, con maniobras politiqueras, ‘politicidas’, ‘politicastras’.

Los partidos políticos juegan con la conciencia de los electores y de sus abonados, son como camaleones que cambian sus vestiduras con descaro y sus ideologías por un plato de lentejas. Abandonan sus ideas, las deshonran haciendo gala de la traición, su mayor pecado. Los partidos no pueden hacer historia, como ideal, pues desfloran sus ideales, que no cumplen por sus anhelados y voraces intereses. Para los partidos la paz es un sofisma, es una cortina de humo para desviar las intenciones de poder. La responsabilidad histórica de los partidos nunca ha sido bandera de regeneración, cesa por la actitud impropia de quienes los dirigen. También los directivos partidistas deben sufrir el rigor de su ley, de su incertidumbre, de su aniquilamiento social y político, de su castigo social. Hay praxis de liberación de partidos, cuando carecen de objetividad política y social.

Los partidos en su discurso peculiar, actúan con más venganza que virtud, olvidan a sus seguidores y sus ideales, saliendo siempre a ocultar sus defectos en un país donde la mentira va de la mano de unas ideologías impuras y cínicas, donde imperan vetustas formas de mirar la realidad nacional.

Vargas Vila, en un pasado, expresó en su obra Los césares de la decadencia, que va en línea con esta reflexión, lo siguiente:

(…) En este libro, hay bastante para disgustar a todos los partidos y para encolerizar a todas las facciones. No teniendo otro partido que el de la Libertad, está llamado a despertar el odio de los opresores y a provocar el celo vil de los aduladores. Hecho para desafiar la cólera muda de los amos y la sonora servilidad de los esclavos”.

Los actuales directivos de muchos partidos no pueden mirar con cabeza en alto. Estos directivos son prototipo de generaciones diversas que hoy empiezan a derrumbarse sobre la luz de su efímera gloria. A pesar de la falta de orden y unidad de los partidos, en un otrora, existieron prohombres con tacha de líderes que no pudieron soportar las embestidas de la corrupción, declinando en sus luchas, dejando una enseñanza sin eco. Soberbia u orgullo parece ser la razón a la respuesta.

En los anales de algunos partidos podemos encontrar escasos y salvables escritos que contienen inspiraciones a la verdad. Pero también existen en mayoría, crónicas jamás creíbles donde afloran actos indebidos guiados por sobornos que deshonran la dignidad del pueblo seguidor y sus ideales. Muchos escritos se ejercen bajo la pluma y la voz de sus directivos con la mediocridad de su mendicidad mental. El partidismo se ha desentendido de sus causas sociales y políticas, acudiendo a enfrentamientos y maniobras desleales. Todo para no impedir los cambios que arruinen el negocio de la gobernabilidad fallida, que esta ingobernabilidad sea merecedora de una justicia social.

En los partidos políticos se destaca la debilidad para influenciar. La transparencia se ha convertido en una gran falencia. Al directivo partidista importa más la concepción de sus propias ambiciones como la de las elites. Esto los hace ver como un gran festín político. Como una dictadura de partido. Al perder los partidos su identidad, entonces es el fin de una fallida pasión, es el declinar de un espacio de representación ciudadana, es el final de la forma de manejar la maquinaria política que imponen los gobernantes para afianzar su hegemonía incoherente. Claramente, Fernando Guillén Martínez, nos hace ver la aparición de los partidos como el eje destructor y por ello deja de ser el gremio ideológico, deja de ser el medio para fomentar intereses de estado para el bien común. Los organismos partidistas son asociaciones de elites con lacayos a bordo para afianzar la hegemonía de Estado. Sus argumentaciones, decisiones se catalogan como delitos de opinión por su infecundo propósito, por su estéril servicio democrático. Por avalar a cuestionados candidatos corruptos, por ejercer el mercadeo de la compra y venta de votos y de toda clase de dadivas inescrupulosas.

Cobra fuerza la opinión del sociólogo –politólogo, Buenaventura de Sousa, quien expreso que “La política renacerá, cuando revolución y democracia se unan”. Los partidos existentes no le dan seguridad política ni social al país y mucho menos desarrollo democrático. De esto se deduce: ¿Qué  partido ofrece oportunidades; qué partido lucha por la problemática social y la convivencia; qué partido respeta la dignidad perdida; qué partido se ajusta al humanismo para crear soluciones vitales? Hoy regenerar los partidos es difícil, los remedios son más inverosímiles que la enfermedad.

La decadencia de los partidos, desde su antaño empezó a cavar su sepultura, cuando propiciaron la violencia y otros males atávicos. La razón partidista es fruto nugatorio del colonialismo, hoy bajo la estela de un capitalismo inequitativo bajo el imperio de unos falsos profetas, con mentiras a bordo.

Esta reflexión sucinta, no tiene el alcance de diseccionar las profundidades de los partidos, pues el raciocinio es suficiente. Todas las afectaciones generadas por los partidos, en razón a su falta de principios éticos y sociales, están escondidos en los sofismas que el país ya conoce, como forma de gobernar, revestidos además de tecnicismos burocráticos, de burlas, engaños, fraudes, desconfianza. El anacronismo partidista surge de la falta de lealtad, de filosofía renovadora.

Ninguna democracia fluye armónica, si al unísono existen partidos y movimientos sociales que desconocen la claridad de sus principios, pues su meta es el poder para propiciar suntuosos superávits personales. A pesar de la decadencia que los mismos partidos se han labrado, es necesario su rechazo por la sociedad vulnerada, porque esperar un cambio como sería la lógica, es una utopía política. Resulta poco esperanzador un proceso de reforma, debido a la desaparición del espíritu de rebeldía que pretenda la práctica de una política social, donde prime el pensamiento libre para juzgar, opinar y decidir lo que le conviene al país, denunciando la doble moral. 

En estos momentos la pasión partidista caldea la patria, sus ideales se exaltan ofreciendo como en la época romana, pan y circo... Afloran crisis institucionales.  Los destinos del país planean visiones por doquier. Pero en el fondo los partidos vegetan en medio   de apetitos de conquista, tornándose agresivos. El clima político hace alarde en medio de mentiras obsoletas. La fe se esfuma, los ideales desparecen, la vulgaridad merodea encontrando adeptos eufóricos que representan las maquinarias voraces bien aceitadas que   nunca pierden en su proceso electoral, al unísono del clientelismo

Los partidos no tienen vergüenza, solo la burguesía los aplaude. Se convierten en adalides de la hipocresía deshonrando la patria y a los ciudadanos. Los partidos se degradan, cual profesión sin ideales. La excelencia que pudieron tener la envolvió los agujeros negros de la moral fraudulenta. Dícese que nadie piensa en un partido donde solo se siente que el lucro asume su papel. Las jornadas electoreras son un espectáculo donde proliferan los pugilatos de la decadencia, donde inciertos votantes se confunden con las maniobras de los contrincantes, que se adornan con ideales repugnantes e ideas adornadas, como también en el otrora Bogotazo o en tantos episodios de un itinerario de luchas comuneras, sociales, sindicales que surcaron la patria.

Cada partido forma un estado con pretensiones de gobernar, escondiendo sus verdaderas razones lujuriosas. Dentro de muchos candidatos permea la deshonestidad, con sus perfiles sevillistas. La misión de los partidos es llevar al poder a los lacayos de los poderes económicos.  Los partidos tienen su génesis en los intereses personales, jamás por ética o para el beneficio común. Marx, predicaba que política partidista y partidos son una concepción de la alienación, son una concepción alejada de la unidad social. Partidos y políticos se configuran para desarrollar desigualdades, llevada a cabo por fundamentaciones clasistas surgidas en las relaciones de trabajo.... La decadencia de los partidos la sostienen la burguesía, hasta que el pueblo tome conciencia y reaccione y haga de la decadencia partidista, el pulso firme para que la gesta revolucionaria se rebele contra el imperio de las injusticias sociales y de la gobernabilidad fallida que ha dominado al país desde siempre.

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MARIANO SIERRA

 

 

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