Orlando López

28.05.2012 11:12

Desde Miami

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Registro de una Infamia

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Es indignante ver como se abusa de la gente de Bogotá con ese engendro de Transmilenio,  que no es malo en sí mismo,  sino  insuficiente para cubrir las necesidades del pueblo.

Pero todo eso está fríamente calculado por los transportadores que por décadas  han monopolizado el servicio en Bogotá. Así ha sido por los últimos 50 años mientras ellos llenan sus  alforjas con el sacrificio de la gente común.

Esos “nuevos ricos”, gañanes venidos a más,  gentuza levantada, que reside en barrios de estrato alto, con tan mala memoria  pues  se les ha olvidado que fueron puro pueblo como ese al que hoy  desconocen y maltratan  con su amañado servicio de buses.

Como aquel  torpe chofer de Sidauto, que por artes de birlibirloque llega a  ser el flamante propietario de una emisora bogotana y quien  emplea a jóvenes  que aspiran a ser locutores profesionales, pero que no les paga sueldo, sino que los explota inmisericordemente permitiéndoles, como concesión graciosa, usar los micrófonos para aprender el oficio.

El transporte público en Bogotá es una porquería. Ni más ni menos.  Abordar un vehículo,  que  viaja con  tres veces  la capacidad para la cual fue diseñado, es una experiencia humillante, traumática, escalofriante y costosa porque el tiempo que se pierde al viajar de un punto a otro de la destruida ciudad se le roba a la producción, al  estudio, al descanso o a las actividades familiares.

Mientras tanto los culpables del desorden viajan en cómodas camionetas blindadas, conducidas por guardaespaldas, escoltadas por otras camionetas con más guardaespaldas y con la  actitud prepotente y abusiva de quienes se creen los dueños del mundo.

Manzanillos, politicastros, inmorales enriquecidos,  gañanes subidos de estrato, parlamentarios de malas costumbres, ministros  extraídos  de lo más selecto de la oligarquía colombiana, mafiosos de fachada decente, militares de ceño adusto que se consideran los émulos de Hitler  y los industriales y comerciantes inescrupulosos  que se han enriquecido gracias a sus inmorales tácticas comerciales –léase banqueros y  otros que no vale la pena enumerar.

Mientras el borrego de siempre, el pueblo raso, el empleado mal pagado, el desocupado que debe salir o volver  al  barrio de invasión  en su dolorosa búsqueda   de  una oportunidad  que le permita ganar un infeliz  denario,  sufren  por causa de las aglomeraciones que genera  la escasez de unidades de transporte, fríamente  calculada. Sí pueden  movilizar cuatro mil personas al día en un vehículo, así sea  en condiciones inhumanas,  deprimentes,  para que  adquirir otro bus que signifique una inversión adicional.

Al fin y al cabo la ciudadanía bogotana se ha vuelto cobarde,  sumisa, resignada, humilde, paciente, ciega, sorda y muda. Y sí a un grupo de pelafustanes se les ocurre protestar, ahí están los  manumisos, los  uniformados,  para entrarles a garrotazos y acallar  las protestas.

Ah, y como  también siempre  están  listos los medios de comunicación, - que pertenecen a la oligarquía que viaja en las camionetas blindadas,-  a desvirtuar los motivos justos de la protesta,  acusando a   “LA FAR” de ser la instigadora de cualquier reclamo del pueblo,  la exacción diaria  a la economía del pueblo está garantizada.

Así pues los bogotanos seguirán sufriendo el pésimo servicio de transporte. Y si apareciera un funcionario  público con intenciones  de modificar esa situación, ellos, los explotadores, sabrían como removerlo de su cargo.

Como hicieron  los taxistas con un alcalde Bogotá que  trató de organizar el servicio y en poco tiempo tuvo que renunciar.  A pesar de que era  el político popular de más calado en la conciencia nacional  y que los choferes de los vehículos eran  gaitanistas   pero los dueños no, ellos eran simples sanguijuelas iguales a las que le chupan  la sangre al pueblo bogotano.

 

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