ORA PRO NOBIS

18.04.2016 04:15

Editorial/El Satélite

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No nos podemos cansar de decir, por enésima vez, que, quienes señalamos que el proceso de negociación que se adelanta en La Habana entre el gobierno de Santos y las Farc no puede llamarse un proceso de paz sino un proceso de fin de un conflicto entre dos enemigos que, para el caso, pudieran definirse como (1) el poder dominante en Colombia y (2) un grupo alzado en armas…
 
Por algo se habla de “posconflicto” una vez se cierren las negociaciones de La Habana y, entonces sí, a la luz de lo que se proponga y se vaya adelantando en ese posconflicto, podría calificarse de “proceso de paz”, si es que realmente tiende a solucionar la problemática social que agobia a Colombia, empezando por el modelo económico neoliberal, ya suficientemente demostrado que por tal camino no se llega a Roma, en alusión y como excepción a ese dicho popular que pregona que “todos los caminos conducen a Roma”.
 
Viene al caso la alusión mencionada en el momento en que, con piadosa prosa, las Farc se dirigen al papa Francisco pidiéndole su sagrada intervención para que toda la curia colombiana (…) “desde la más humilde parroquia a sus más altas jerarquías (ayuden a) despertar en el corazón de los confundidos el respaldo a la paz y la reconciliación”.
 
No, por ahí no es la cosa. El Reino de la Iglesia, lo dijo Cristo, no es de este mundo. Aludiendo igualmente a su sapientísima expresión “al César lo que es del César…”, dejemos que sea la política la que resuelva nuestro conflicto interno que, para el caso igualmente, no se trata solo de las Farc ni del ELN, que ya entró en la onda de la negociación (¡Aleluya!), sino, en el mismo frente de la guerra, el que ahora se confronta con eso que llaman “Bacrim”, “Úsugas”, o “delincuencia común” que, por lo común, ya hace parte del mismo concepto de los alzados en armas…
 
Y por último, siendo lo más importante, que se le resuelva a la sociedad civil los conflictos de salud, educación, vivienda, trabajo, discriminación racial, sexual, política, laboral y etcétera; no en el plano teórico, como es lo que se nos da de beber y comer en la Constitución y las leyes, sino en el plano real que, entre nosotros, convalida plenamente el axioma ese que dice: “del dicho al hecho hay mucho trecho”.
 
Colombia, por demás, guarda aún el sabor amargo de la Iglesia metida en política en la negra noche de la violencia partidista que ha venido matando próceres y plebeyos en este país del Sagrado Corazón de Jesús. No sería prudente que, viendo la polarización que el mismo gobierno de Santos ha prohijado en torno al mal llamado proceso de paz, la Iglesia se meta en el asunto, y menos a petición de parte de uno de los contendores más violentos, como las Farc, sin que ello excuse, de paso, la violencia misma con la que el Estado ha respondido, de cuya prueba, el paramilitarismo habla por sí solo.
 
Es muy probable que, mañana mismo, tengamos que seguir aclarando la posición de quienes consideramos lo de La Habana apenas el fin de un conflicto, y solo con uno de los actores, que no estamos en contra de la paz; no somos guerreristas sino realistas que vemos que, si uno de los inamovibles puntos puestos por el gobierno en la agenda es el modelo económico, entonces, de ninguna paz social estamos hablando y si, más bien, de preservar un modelo que profundiza la desigualdad y llama, cada vez más, a la desobediencia civil, primer paso al frente que dan los explotados de la tierra en orden a tumbar un régimen por las buenas o por las malas… Ya eso es cuestión de las circunstancias.

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