Octavio Quintero

13.04.2012 06:58

La sociedad del silencio

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Hemos pasado de la “Ley del silencio” a la “Sociedad del silencio”. Peor, pues, ésta no se impone por la fuerza de las armas sino por la fuerza de la supervivencia.

Callamos todos (sin excepción): desde el Presidente de la república hasta los periodistas y profesionales; desde los intelectuales hasta las autoridades en sus más altas cúpulas castrenses o judiciales; desde el ciudadano común y corriente hasta la víctima y su victimario, las más de las veces solo autor material de un delito que algún autor intelectual le pagó por cometer.

El caso Colmenares, ese estudiante universitario que se ha convertido en todo un misterio judicial, es sintomático.

Descendiendo en la escala del interés mediático, no menos graves resultan los silencios locales, esos que como las elecciones locales, no trascienden las jurisdicciones municipales sino por circunstancias muy especiales.

Pero ahí están esos silencios y hacen parte del entramado nacional que distingue al país por lacras tan indeseables como la corrupción, por ejemplo, o por acontecimientos tan indescifrables como la Toma del Palacio de Justicia que se llevará a la tumba con su silencio un Presidente, según él mismo asegura con falso orgullo.  

De nada han servido secciones periodísticas como la de RCN-TV que nos incita a denunciar, a no quedarnos callados; y menos la de la Caracol TV, estancadas en el hueco en la calle, el pobre que agoniza a la puerta de un hospital o la moto colectiva y de doble propósito: carga y pasajeros.

Una gran herramienta de participación ciudadana –las veedurías- han caído en manos de personas que denuncian hasta que de algún modo (posiblemente por soborno) las meten como sea a la “Sociedad del silencio”, como metió el Consejo de Estado a la Contralora que andaba husmeando en los corruptos privilegios pensionales.

Una joven que se desenvuelve entre Sopó, Tocancipá y Gachancipá (municipios de Sabana Centro) fue secuestrada, torturada física y psicológicamente, y aunque todo el mundo sabe porqué y, con alto grado de certeza quién pudo ser, ella no quiere denunciar nada… Como no denuncia la esposa que es maltratada ni la hija que es violada… Y en un plano muy superior, como no denunció Estados Unidos a Ben Laden o Gadafi cuando eran sus aliados, desde entonces tan sanguinarios.

Su silencio; nuestro silencio; el silencio de más arriba que silenciosamente sube hasta los inquilinos de las cúpulas del Estado y del sector privado, es cómplice del destino que calladamente le venimos labrando a Colombia desde que no hemos podido saber “quién mató a Mamatocó”.

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Fin de folio: “No en vano las mayores crueldades del mundo no se han edificado sobre la maldad de los malos sino sobre el pesado silencio de los buenos”: Pilar Rahola (política y periodista española).

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