Octavio Quintero
08.04.2012 02:39
La locomotora del narcotráfico:
Estados Unidos tiene la llave de la legalización de la droga, y el tema podría ser tocado en la Cumbre de las Américas solamente de dientes para afuera porque, “El Patrón”, no puede y no quiere abrir la puerta.
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Hablando en el mismo lenguaje del presidente Santos, pueden tomarse las declaraciones de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, cuando dice que el narcotráfico no se puede legalizar “porque hay mucho dinero de por medio”.
Esa declaración, en boca de tamaña autoridad mundial, pone sobre la mesa la verdadera causa por la cual el narcotráfico no se puede legalizar. No es un asunto de salud; no es de tipo penal ni político: ¡es un asunto económico! Así de sencillo,
¿Cuánto dinero mueve el narcotráfico en el mundo anualmente? Las estadísticas más admitidas hablan de 500.000 millones de dólares. Y eso, como dice la señora Clinton, es mucha plata que está, principalmente, moviendo la economía estadounidense como una poderosa locomotora, y sucesivamente, la economía de todos los países, sean productores o consumidores.
¿Qué carga en sus vagones?: antes que nada, al sector financiero, y este a su vez a los más poderosos grupos económicos y empresariales que son los que se benefician de la dinámica financiera a la que acceden en condiciones de privilegio.
Y luego vienen los vagones de la muerte, que también resultan una renta jugosa, principalmente el tráfico de armas y, con ellas, un lucrativo negocio: ¡la guerra! De la que viven no sólo los Ejércitos regulares sino los mercenarios al servicio de los varones de la droga, aupados en banderas ideológicas de guerrillas y autodefensas, como en Colombia.
Vagones de “menor” importancia siguen detrás, como el consumo suntuario que mueve el sector turístico y las industrias de la construcción y automotriz. Y entonces, hablamos de 50 o más subsectores que van enganchados a la locomotora del narcotráfico.
Sí, señora Clinton: usted ha dicho lo más cierto sobre la imposibilidad de legalizar el narcotráfico, y menos en tiempos tan difíciles, económicamente hablando, para el Imperio. No fue un lapsus, como muchos creen, sino “una declaración de excepcional sinceridad”, como se ha dicho en México, en donde sí tomaron en serio su explosiva confesión.
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