MUY FORZADO

17.10.2014 04:49

La curiosa jurisprudencia colombiana en relación con el presidente de turno ha venido rememorando esa perentoria advertencia de Luis XIV: L’État, c’est moi

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El Satélite/Editorial octubre de 2014
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El vicefiscal, José Fernando Perdomo, llama torpe al procurador por pedir explicaciones al Presidente sobre los viajes de Timochenko a Cuba. Perdomo dice, escuetamente, que el Presidente sí está facultado por el Derecho Internacional Humanitario (DIH) para autorizar  los viajes de 'Timochenko' a La Habana, sin que la Fiscalía haya levantado las órdenes de captura.
Mientras encontramos en qué parte del DIH se justifica que un presidente o jefe de Estado pueda levantar oralmente y en secreto ordenes de captura a un prófugo de la justicia; o en que parte de ese mismo DIH se protege el derecho de un prófugo de la justicia a movilizarse en son de paz por todo el mundo sin que autoridad alguna lo pueda interceptar, digamos que la defensa del vicefiscal a Santos es muy forzada.
En gracia de discusión, digamos que sí tiene esa facultad… Pero debe hacerla explícita de alguna manera: por un decreto o una directiva presidencial o a través de medios masivos de comunicación porque, si no, ¿cómo puede una autoridad nacional o internacional saber que ese sujeto, contra quien pesa orden de captura, goza, de momento, de cierto fuero judicial?
En gracia de discusión también, ¿puede alguien tragarse el cuento de que una organización, enhiesta sobre la base del Derecho Internacional Humanitario puede proteger con fuero a un prófugo de la justicia acusado y procesado con todas las de la ley por crímenes de lesa humanidad?
Lo que pasa es que en Colombia, y no se ha querido aceptar, va haciendo carrera desde la caída del UPAC (1999), que los presidentes violen la constitución, no sin escandalosa alcahuetería de las altas cortes, en especial de la Corte Constitucional, ésta que empezó por “inventarse” que una norma inconstitucional se podía diferir en el tiempo hasta cuando el gobierno tramitara ante el Congreso la correspondiente legislación que la hiciera constitucional. Esa interpretación del derecho constitucional es lo más parecido al general que procedía a decapitar a los prisioneros mientras llegaba la orden de ejecución.
Por ese camino se llegó al escandaloso articulito de la reelección que la Corte del 2005 halló ajustado a derecho (C-1040), no obstante conocerse ya lo de la “Yidispolítica”. Por el mismo camino del atajo transitó toda la seguridad democrática de Uribe: recuérdese lo de las bases militares de Estados Unidos en Colombia, que ahí están; Lo de la caza de Reyes en Ecuador y la Operación Jaque…
Y más recientemente, y en otro escenario, el hundimiento de la reforma a la justicia en el 2012, asunto que el Consejo de Estado acaba de resolver como que el decreto que expidió el presidente Santos convocando a extraordinarias al Congreso, sí era inconstitucional, pero que resultaba válido lo que se hizo al amparo de esa inconstitucionalidad (¿?).
La curiosa jurisprudencia colombiana en relación con el presidente de turno ha venido rememorando esa perentoria advertencia de Luis XIV: L’État, c’est moi, dicho político que funde en una misma causa a la persona del presidente con el Estado, al propio estilo de regímenes monárquicos y autoritarios.
Lo grave es que estas omnipotencias presidenciales son aquiescentes mientras el rey está en el trono: muerto el rey viva el rey. Es el caso de Uribe: todo le fue concedido mientras fue presidente; ahora todo eso mismo se halla escandaloso, inconstitucional, improcedente, demoníaco.
Prueba de este derrotero azaroso que cada presidente sigue en su cuarto de hora es lo que también llaman “espejo retrovisor”: ahora todo lo que Santos lleva a cabo con las Farc parece justificarse en el hecho de que Uribe también lo intentó- Y todo lo que el sucesor de éste haga en ese mismo sentido, sea constitucional o no, se justificará en el hecho de que Santos también y Uribe también… Así Pastrana, así Samper, así Gaviria…
Así Colombia avanza camino al abismo, y a cada intento de enmienda (ver reforma sobre equilibrio de poderes), lo que se consigue es hundirse más, como el chapuceo del naufrago en un mar de lodo.

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