Lo peor de nosotros:

15.11.2010 10:18

Lo peor de nosotros:

un perfil psicosocial

Un análisis descarnado y polémico de las patologías que afectan nuestra mentalidad colectiva y que están en la base de los grandes problemas de Colombia

Bernardo Congote

Maestría en Ciencia Política, Economista, Investigador socio político independiente

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Somos "hidalgos"

 Héctor Abad denunciaba hace algunos días la escasa capacidad de hacer algo productivo que nos caracteriza a los colombianos [1].

Describía cómo en Colombia las filas y "salas VIP" de los aeropuertos, pletóricas de "doctores", suelen ser más lentas y congestionadas que las otras, a pesar de lo cual el "colombiano vip" prefiere demorarse mucho más que sus prójimos en obtener, en este caso, el pase para abordar, antes que bajarse de su pedestal de cartón y hacer la fila más corta mezclándose con "los de abajo".

 Denunciaba asimismo la incapacidad para desempeñar oficios honrosos que padecemos muchos de los mal educados en Colombia, explicando lo difícil que resulta comer bien y a precios razonables en un restaurante, simplemente porque muy pocos sabemos cocinar.

Estos rasgos confirman que en el fondo, el sueño de muchos colombianos del siglo XXI sigue siendo el mismo de los ex presidiarios, prostitutas y curas doctrineros que salieron de una paupérrima España en el siglo XV para adquirir títulos nobiliarios en América, empeñados en no trabajar para merecerlos. El sueño se tradujo en pesadilla, pues:

Convirtió la posesión de tierras en un privilegio antes que en un factor de progreso.

Hizo de la autoridad una herramienta de sometimiento violento, antes que un formador de Estado.

 Degradó en las personas la idea de la política, ejercida, como terminó siéndolo, por los dueños de privilegios, habilidosos pero incapaces de hacer algo distinto de la retórica teológica.

Y, con la complacencia de Roma, la pesadilla facilitó que la religión fuera un biombo tras el cual se inoculó subrepticiamente esa red de estropicios, gracias a lo cual la Iglesia, preñada también de trabajadores improductivos, terminó destacándose entre las élites dominantes.

 Esta suma de dolencias resume el "lastre hidalgo" que explica por qué en Colombia todavía vale más ser hijo o amigo de alguien, antes que inventar, construir o hacer una empresa sostenible[2]. Y forma parte de lo peor de nosotros.

 

 

 

Somos unos "vivos"

 El "vivo" colombiano es la versión moderna del hidalgo colonial. Jaime Jaramillo Uribe lo dibujó en su "caballero cristiano" como un sujeto deseoso de fama, generoso en el gasto, desafecto al trabajo manual, ausente de todo cálculo ponderado, creyente arraigado del cristianismo y sólo en algunos casos, dotado de mediana fortuna. En suma, un "...habilidoso para la política, la burocracia y ciertas actividades intelectuales..."[3].

Asociada con esa figura se encuentra también la del "caballero de industria"(vulgarmente conocido como "encantador de serpientes"), cuya versión última muestra un personaje hábil para construir pirámides, redes narcotraficantes o lavadoras de dinero, lograr que sus próximos se arriesguen en ellas y, al final, escaparse al extranjero con los réditos si es que antes no resulta (honrosamente) extraditado.

Gracias a nuestras "vivezas" las instituciones judiciales viven sometidas al asedio del "vencimiento de términos", las legislativas a "los micos", las ejecutivas a "las chuzadas" o a las  "verdades mentirosas" y las empresariales al soborno, la elusión y la evasión tributarias, todas de muy buen recibo en los salones de estrato alto. Entre otros muchos factores destructivos, la suma de nuestras "vivezas" nos lleva a que:

Nuestros elevados costos de transacción sumen como lastre en la prospección de nuestro desarrollo [4],

Estemos clasificados como una "democracia fallida" en el rango global, hallándonos 40 puestos por debajo de la última "democracia plena" y sólo once puestos por encima del primer "régimen híbrido"[5].

Ocupemos el antepenúltimo lugar en la distribución del ingreso de América Latina[6].

La ineficiencia de nuestra justicia criminal nos tenga en el puesto 31 entre 35 países observados en el mundo y en el antepenúltimo entre siete observados en Latinoamérica y el Caribe[7].

La suma de nuestras vivezas nos tenga ¡y cómo no! en el segundo lugar del gasto militar latinoamericano [8].

Y, finalmente, ocupemos lugar preferente entre los muertos. Colombia es el país 130 entre 160 observados para determinar el nivel global de paz, hallándonos apenas 14 puestos por encima del país más violento del mundo: Irak [9].

 

Víctimas-victimarios

“En ninguna religión del mundo existe un

Dios universal con la enorme sed de

Venganza de Jehová” [10]

Luego de cinco siglos de una historia degradada, los habitantes de la que hoy es Colombia todavía no somos capaces de ver el rojo sangre que tiñe nuestros ríos.

Muy pocos hemos quedado exentos de resultar víctimas directas o indirectas de una violencia múltiple que ya tenemos por ancestral, catástrofe que en absoluto ha impedido que escojamos como salida convertir la guerra en gran propósito nacional. Por esa razón terminamos por elevarla al sospechoso rango de "indiscutible", "permanente" e "insustituible" a través de una política pública bajo el eufemismo de "seguridad democrática"[11].

Nutrido de odio y venganza merced a sus caros valores católicos, cada colombiano víctima suele elegir como solución a sus conflictos, antes que perdonarse y perdonar, convertirse en victimario. Con el agravante de que son los padres, hermanos, esposos o hijos del victimario los primeros sacrificados, pasando luego a conspirar contra amigos, empleados, vecinos, o acreedores.

Sobra decir que los "más vivos" culminan su carrera como caudillos políticos, gracias a lo cual legalizan su vocación destructiva. Fenomenología que ha llamado la atención de diversos observadores internacionales, que indagan por qué Colombia es una comunidad que padece cíclicas violencias y venganzas marcadas por atrocidades extremas [12]/[13].

 

Veneramos mesías

 Aupados por la inspiración celestial de nuestra cultura, lo peor de nosotros nos hace proclives a venerar todo tipo de "mesías", sobre todo en política.

 Nuestro doble carácter de víctimas-victimarios nos conduce a depositar la reparación de dolores en un tercero que tenga por virtud, amén de haber sido víctima-victimario, la de estar impulsado por alguna patología mesiánica. A este sujeto lo elevamos a una maléfica especie de héroe que le hace el favor a las víctimas de llevárselas "derechito para el Cielo", eso sí, sometiéndolas previamente a todo tipo de padecimientos sea ideológicos sea físicos [14]/[15].

En este escenario, nuestros venerados mesías suelen optar por uno de dos caminos:

Los abiertamente sanguinarios se adentran en el monte, se enfilan como paramilitares o conforman combos criminales urbanos.

Y los sanguinarios agazapados, matan legalmente envueltos en las banderas del Ejército o la Policía o incrustados en la política que legaliza su guerra personal.

En cualquiera de los casos nuestros mesías no pueden ocultar que, en el fondo, pretenden salvarse a sí mismos, efecto para el cual se adornan de discursos preñados de falaces redenciones populares, de humanismos huecos o de incendiarios llamados patrioteros.

 

 

El "patriotismo" de nuestros mesías

 "No se mata más que en nombre de un dios

o de sus sucedáneos:

los excesos suscitados por... la idea de nación...

son parientes de  la Inquisición o la Reforma" [16].

 

Es improbable que alguien preso de la cadena víctima-victimario-mesías pueda concebir expectativas sanas de beneficio colectivo. Por el contrario, se puede probar que buena parte de estos salvadores trabajan con denuedo cuidando sus propias carnitas y huesitos.

Tanto así que en su patológico empeño no tienen escrúpulos para cobrar víctimas, primero en el círculo de sus más cercanos copartidarios, cómplices o servidores y, luego, para lanzarse contra el colectivo pues "... en las crisis místicas, los gemidos de las víctimas son paralelos a los gemidos del éxtasis"[17].

Merced a las puertas que abren en la política o en la burocracia, suelen presentarse como "salvadores de la Patria" a sabiendas de que millones de desesperados, también víctimas-victimarios, les elevarán hacia los pedestales donde necesitan ver retribuida su patología.

Sin embargo, los mesías resultan víctimas de su propio invento. Dado que conciben a la patria sólo como una suma electorera de idiotas útiles, la patria les devuelve atenciones convirtiéndolos en sus más excelsas víctimas. No por otra razón les elige y reelige con la falsa esperanza de que por fin ha llegado "alguien que resuelve todos los problemas sin pedir algo a cambio" y esta tragicomedia demagógica termina mal.

El mesías-demagogo que pretende acaballarse sobre la patria utilizando el esfuerzo de los demás, termina crucificado porque los demás tampoco están dispuestos a hacer esfuerzo alguno, de modo que el toro mesiánico se lleva entre sus cuernos al mesías, a sus fieles rebaños y a la patria.

Vale precisar que lo contrario: esperar un mesías que les exija a los ciudadanos poner siquiera un grano de arena en la construcción de Nación, pecaría por sustracción de materia. Simplemente porque esto es lo que caracteriza a su opositor: el Estadista.

Pero en sociedades como Colombia, donde reina lo peor de nosotros, el Estadista suele ser rechazado. No es de recibo popular que alguien triunfe en política llamando a pagar impuestos, a comerciar honradamente, a cumplir las leyes, a contratar por encima de la mesa o a hacer la guerra respetando los derechos humanos.

Eso explica que, gracias a lo peor de nosotros, los Bolívar, Melo, Mosquera, Núñez, Gaitán o Galán conserven su aura borrando la ya frágil memoria que tenemos de los Francisco de Paula Santander, Carlos E Restrepo, Rafael Uribe Uribe, Alfonso López Pumarejo o Carlos Lleras Restrepo.

 

Nos subyuga el narciso destructivo

“… La fascinación de Narciso consigo mismo,

Lo llevó a acercarse tanto al lago que terminó

Ahogándose en él” [18]

 

El estropicio se agrava porque el mesianismo degrada en un narcisismo destructivo. No hay solución de continuidad entre una y otra patología.

Lo peor de nosotros induce a que nuestro héroe de familia, compadrazgo, vecindario, asociación comunal o partido político sea, además de mesías, un narciso destructivo. Alguien habilidoso en manipular mayorías. Un "vivo" que haga fiesta de la guerra, monólogo del diálogo y rebaño de la comunidad. Un tipo de individuo que convierta en pragmatismo democrático la perversión autoritaria de que una sola persona pueda apropiarse del Estado reclamando una incondicional adoración por el estropicio.

El mesías-narciso destructivo es afín del imperial "El Estado soy Yo" de Luis XIV. Se apropia de la patria buscando, antes que servirla, que le sirva para alcanzar sus patológicas pretensiones. De esta forma sus apelaciones al "amor a la patria "o sus reencarnaciones como "ayudante de la ‘democracia'", son simples llamados tácticos para que se le rinda culto sólo a él.

 Sus áulicos, entrenados para tenderle cortinas de humo, suelen argüir que el mesías-narciso "no puede vivir sin la política", "respira política" o que "no soporta estar ajeno al pueblo", lo que es cierto sólo porque ese mesías necesita adictivamente al pueblo para que alimente su ego.

A la hora de la verdad, el mesías se reduce a un simple caudillo que reúne al pueblo para hablarle, no para escucharle. Para darle limosnas, no para exigirle responsabilidades. Para canjear favores, no para emprender grandes proyectos. Para enredarlo en "Estados de opinión" donde se haga únicamente su voluntad sin rendirle cuentas a alguien. Para arriesgar la suerte de la patria, a cambio de satisfacer su adicción auto destructiva.

 

Somos devotos de la guerra

¿Por qué en estos casos no se impone

Una elemental dignidad civilizada?

¿No median siglos entre los tiempos

Que corren y aquellos cuando,

En picotas, se exponían

a la entrada de las ciudades los miembros

de los que habían sido descuartizados?” [19]

 

Si las anteriores cadenas no bastaran, lo peor de nosotros se adorna con una patética proclividad necrófila. La necrofilia suele asociarse freudianamente con patologías individuales o colectivas de índole sexual. Pero planteamientos más complejos sugieren que el ser humano está sujeto a tensiones biófilas y necrófilas cuya mixtura supera aquella lectura sexualizada [20].

Cada uno de nosotros es al mismo tiempo biófilo-necrófilo y tiene libertad para decidir qué tanto sus tensiones constructivas (éxito, constancia en fabricar el presente y distancia de la pesadilla de la salvación celestial), superan a las destructivas (fracaso, evocación del pasado y esperanza de que la muerte se convierta en el gran camino hacia el cielo).

 Nuestro necrófilo interior permite entender por qué la guerra es, para la mayoría de nosotros, una fiesta antes que una trágica forma de vivir. Algunos estudiosos han puesto al desnudo la guerra como una trágica solución, zafándola de su perversión festiva gracias a la cual matarnos unos a otros se percibe como una celebración. Sólo lo peor de nosotros encuentra en la guerra el único motivo para estar unidos y liberarnos de nuestra pesada insolidaridad, permitiendo que se nos conduzca cual borregos a darlo todo a cambio de algo, no importa si ese algo es la propia vida [21].

Se trata de un juego suicida donde los peores de nosotros, buena parte de ellos "doctores", maquinan la forma en que mientras ellos financian la fiesta guerrera, guardan sus ahorros y sus hijos en el extranjero, asegurándose de que los muertos sean cobrados entre la masa. Sin importar cómo quede muerta esa masa, si vestida de camuflado insurgente o envuelta en la bandera de la patria, el grito festivo retruena: ¡e viva la morte!

 

Cohonestamos el fracaso (corruptor)

 Junto con nuestro amor a la guerra, nuestra proclividad mesiánico-narciso-necrófila favorece el fracaso colectivo. Criticamos los huecos y los trancones pero también las obras que los solucionan. Conspiramos contra quienes pretenden resolver los problemas y favorecemos a quienes gobiernan mediante cortinas de humo.

Existe, por supuesto, otra forma de ver las cosas. Gobernar una sociedad de amantes del progreso resultaría más retador porque cada obra terminada estimularía emprender otras mayores y mejores. Pero como lo peor de nosotros ama el fracaso, no favorecemos ninguna medida constructiva sino que, por el contrario, estimulamos todo tipo de críticas conspirando para que las obras no avancen o, cuando avanzan, para que nunca se terminen.

En un ambiente de tal degradación cunde la corrupción. Los, entre nosotros, políticos, burócratas, empresarios o ciudadanos venales, navegan a placer en medio de este ambiente destructivo. La mayoría necrófila resulta su mejor cómplice porque, antes que criticar a los corruptos, lo peor de nosotros critica al gobernante.

Por estas, entre otras razones, en Colombia los mesías-narciso-destructivos derrotan abrumadoramente a los estadistas que exigen esfuerzos para construir nación. Por estas razones, entre otras, en Colombia los demagogos son más populares que los estadistas.

 

La regla mesiánica del "todo vale"

El mesías-narciso-destructivo impone el respeto a una sola regla: "todo vale". Todo vale en medio de esta paradoja que induce a respetar todo tipo de irrespeto. Todo vale para gobernar autoritariamente. Todo vale para manejar opositores. Todo vale para ganar las disputas judiciales. Todo vale para ganar las disputas legislativas. Todo vale para ganar la guerra.

 Pero esta regla se expande. "Todo vale" también para formar familia, educar jóvenes o hacer empresa. El mesianismo-narcisista ha logrado sacar a flote lo peor de nosotros. En lugar de enaltecer estadistas para crear Estado por encima de partidos, fortalecer el frágil tejido de nuestras instituciones republicanas o darle poder a un Estado liberal que rompa con el lastre católico confesional, lo peor de nosotros favorece al mesías-narcisista que somete la patria al designio de sus ambiciones.

Gracias a él se han salido de madre nuestras perversas inclinaciones hacia la ilegalidad, el contrabando, el clientelismo, la explotación de la fuerza de trabajo, la consolidación de privilegios, la búsqueda desaforada de subsidios, la persecución o muerte de los diferentes, o la más profunda explotación rentista de tierra y capital. Todos a una, comportamientos que satisfacen el proyecto mesiánico que halla en lo peor de nosotros la fuente depresiva de sus precarios éxitos.

 

¡Bendecidos por los pastores!

"De lo mucho que sufrimos

hablan siempre los puebleros

pero hacen como los teros

para guardar sus niditos:

Por un lao pegan los gritos

y en el otro guardan los güevos"[22].

 

¡No faltaba más! Por supuesto que lo peor de nosotros está bendito. Inciensos y mirras son esparcidos por nuestros pastores al paso de nuestro cansino fracaso, trocándolo por tramposas felicidades celestiales. Expertos en hablar soberbiamente de la Humildad, en practicar ostentosamente la Pobreza, en lucrarse volcánicamente de la Paz y en acrecentar su bolsa a nombre de la Patria, nuestros pastores son la ficha que cierra este desquiciado rompecabezas.

Cinco siglos de penetración cultural ofrecen múltiples pruebas de que han actuado persistente, continua y tenazmente en diseñar su éxito bajo la condición del fracaso sociopolítico de su rebaño.

Desde la Colonia, su necrofilia dogmática inspiró las doctrinas que sembraron entre los indígenas el hidalguismo improductivo.

Desde la Colonia, las masas aprendieron que para ascender tendrían por condición verse sometidas, violentadas y, por tanto, estar dispuestas a matar a su prójimo.

Y desde la Colonia, estos pastores se apropiaron de la educación como herramienta eficacísima de la reproducción de esta gama de valores destructivos.

No resulta gratuito entonces que su necrofilia dogmática, basada en el auto desprecio, el pecado, la culpa, el odio, la venganza, el derramamiento ritual de sangre y el culto a la muerte (sobre todo a la muerte guerrera), haya sido el estandarte filosófico que alimenta y bendice lo peor de nosotros.

La festiva muestra de cadáver social que somos, se encuentra bendita por los artilugios del cardenalato, trampa producto de la cual sus templos se mantienen llenos de la mayoría de nosotros donde, para emborrachar nuestra desesperanza, depositamos las limosnas que garantizan su ostentosa manutención. La misma que cuidan predicando aquí y allá su falaz vocación defensora de los pobres mientras que en sus bancos bullen a borbotones oros y euros.

No en vano nos sentimos salvados sin haber hecho algo a cambio. No en vano decimos vivir en "el país más feliz del mundo" en medio de la violencia más atroz, festejando como las bestias que se regodean en el cieno. No en vano veneramos a nuestros verdugos. Y no en vano seguimos idolatrando a quienes nos ofrecen salvarnos mediante la celebración festiva de la muerte de los unos contra los otros. ¡Es porque estamos benditos!

Notas de pie de página

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[1] Abad, Héctor. "Hidalgos y Doctores", El Espectador, Oct. 10, 2010.

[2] Una visión profunda de esta endemia se puede consultar, entre otros, en Guillén, Fernando, El poder político en Colombia", Ed. Planeta, Bogotá, 1996.

[3]Jaramillo, Jaime. "La personalidad histórica de Colombia", Ed. Áncora, Bogotá, 1994, Págs. 56,140 y siguientes.

[4]Congote, Bernardo. "Legalidad, costos de transacción y desarrollo", publicado en www.razonpublica.com, mayo 3, 2010.

[5] Democracy Index (www.economist.com), medición del 2008.

[6] Coeficiente de Ginni estimado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que observó 18 países.

[7] Rule of Law Index (www.worldjusticeproject.com, Informe, 2010).

[8] World Military Expenses (WME) e International Institute for Strategic Studies (IISS). Ranking Mundial de Gasto Militar (www.skyscraperlife.com, consulta de 10-08-10)

[9] Global Peace Index del Institute for Economics & Peace (IEP), medición 2009.

[10] Weber, Max. "Economía y Sociedad- Tipos de comunidad religiosa (Sociología de la religión)" FCE, México, 1ª Reimpresión, 1997, Págs. 381, 396,397.

[11] Congote, Bernardo. "Falacia y espejismo de la seguridad democrática", www.razonpublica.com, 06-29-10.

[12] Cervellin, Sante, La Revista, El Espectador, Bogotá, 06-24-01, Págs. 8 a 13. SÁNCHEZ, Gonzalo, et.al., "Bandoleros, gamonales y campesinos", Ancora, Bogotá, 6ª Reimpresión, 2010. El senador Levin, (R-EU), ha afirmado que "... ustedes puede que estén acostumbrados a que maten a la gente, pero aquí eso no lo entendemos" (Levin, Sander, 2007, Crónica "Queremos ver resultados", El Tiempo, Bogotá, 05-06-07, Pg. 1-6). Por su parte, el embajador de DDHH de Francia manifestó en noviembre 2009 que "... cuando vemos cómo se atacan los derechos humanos en Colombia... me impacta (su) crueldad. En Palestina e Israel no se descuartiza a la gente" (El Tiempo, Bogotá, 11-16-09, P 1-4). "Entre los países de mayor peligro de atentados terroristas en el mundo... Colombia ocupa el lugar 8..." (El Tiempo, Bogotá, 02-17-10, Pg. 1-6). "Colombia, el más violento de América Latina" ocupa el 138 lugar del mundo entre los peores violentos siendo superado en gravedad sólo por 15 países, Somalía e Irak entre ellos. (El Tiempo, Bogotá, 06-09-10, Pg. 1-17). "En 2009... Colombia aparece como el único país latinoamericano que (sufre) un conflicto armado" (Schultze-Kraft, Markus, "La estrategia de resolución integral del conflicto armado y la construcción democrática del poder y del orden en Colombia", en "Colombia: Escenarios posibles de guerra o paz", Editorial Universidad Nacional/UNIJUS, Bogotá, 1ª Edición, 2010, Págs., 293-298.

[13] Estas variables han sido desarrolladas a espacio por el autor, en su libro "La Iglesia (agazapada) en la violencia política" ©, actualmente en proceso de revisión editorial.

[14] Sánchez et. al, Cit: 78,79.

[15] Uribe, Ángela "Perfiles del mal en la historia de Colombia", Ed. Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Bogotá, 1ª Edición, 2009.

[16] Ciorán, Emile. "Genealogía del fanatismo", en Breviario de podredumbre, Ed. Santillana, Madrid, 1997, Pág. 28.

[17] Ídem.

[18] Grondona, Mariano, 2010, "Las dos adicciones que dominan a los Kirchner", extracto tomado de www.lanacion.com.ar (consulta de 10-18-10). Grondona añade, hablando de Cristina, que su adicción al Twitter se explica porque de esa forma evita recibir (y contestar) algún tipo de pregunta incómoda (por parte de una audiencia cuyo enmudecimiento la hace apetecible). (Entre paréntesis, nota mía).

[19] Medina, Medófilo. "La operación ‘Sodoma' o el golpe al ‘corazón de la maldad'", en www.razonpublica.com, octubre 11, 2010.

[20] Fromm, Erich. "El corazón del hombre", Editorial FCE, México, 2003, 23ª Reimpresión. Ética y psicoanálisis. Editorial FCE, México, 1969, 6ª reimpresión.

[21]Zuleta, Estanislao. "Sobre la guerra", en Colombia: Violencia, Democracia y Derechos Humanos, Editorial Fundación Estanislao Zuleta / Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2003, 3ª. Edición Págs. 29,30.

[22] Del poema "Martín Fierro". 

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