La Paz a las malas

12.07.2012 07:58

 

Último exabrupto en esta guerra colombiana que ahora le dice a los indígenas: bienvenidos al conflicto

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Uno puede estar de acuerdo o no con la posición del presidente Santos al reafirmar en Toribío  (Cauca), la soberanía del Estado en todo el territorio nacional; estar de acuerdo o no con la posición de la comunidad indígena de reclamar autonomía de etnia dentro de sus territorios legalmente reconocidos. Inclusive, uno puede ser proclive a la lucha armada que sostienen los subversivos por las razones de orden político y social que se contienen en sus discursos de siempre. Pero ninguna de esas razones, en ningún escenario donde quiera ponérselas, justificaría la bravuconada del Presidente al término del Consejo de Ministros realizado a las volandas en medio de la martirizada población indígena.

 

Nadie puede llegar en son de paz precedido de una frase tan arrogante, altanera y retadora como esa de que va a terminar con un conflicto “por las buenas o por las malas”. Ningún conflicto se acaba por las malas, Presidente. No existe en la historia uno solo que sirva de ejemplo. Por el contrario, la historia de la guerra en el mundo (y Colombia, por supuesto), indica que toda agresión genera venganza, -ad infinitum- que hace que el exceso del vengador haga olvidar la responsabilidad del agresor. Por eso es que todo conflicto solo termina con el diálogo civilizado entre las partes, y de esto sí abundan ejemplos.

 

En segundo lugar, Presidente, su arenga en Toribío sobre la misión de la fuerza pública en defensa de los colombianos, incluyendo a la población indígena, sería plausible si, y solo si esa defensa se extendiera también, como reza la Constitución, a sus bienes y honra, asuntos muy cuestionados de tiempo atrás, y más ahora que su “locomotora minera” viene entrando “a las buenas o a las malas” (en su mismo lenguaje), al territorio sagrado de todos los colombianos (no solo de los indígenas), porque en esos templos ecológicos se produce el oxígeno y el agua que nos asegura la existencia, en especial a las futuras generaciones…

 

Finalmente, Presidente: la diferencia entre la acción del  Estado y las acciones subversivas, es que los procedimientos de la fuerza pública, sin ninguna excepción, tienen que acogerse a métodos convencionales en torno al tratamiento de los conflictos bélicos, especialmente en los casos en que se hallen involucradas poblaciones civiles. Y los indígenas también constituyen población civil, más protegida que todas las demás por especiales condiciones contempladas en distintos tratados internacionales que obligan a Colombia, tanto como su propia Constitución.

 

El rechazo a los métodos de la subversión; la condena a las Farc y demás grupos alzados en armas, bien por cuestiones políticas o por asuntos puramente criminales, no habilita al Estado para desafiarlos en su misma ley: la ley del más fuerte, en la que usted acaba de expresarse desde Toribío, que nos dejó pasmados: “la decisión es acabar con la guerra por las buenas o por las malas”. Mambrú no habría podido ser más esquizofrénico…

 

Pero también, todo este proceso tiene su explicación desde su gestión como Ministro de Defensa, cuando junto con su presidente Uribe, se propuso acabar con esos “bandidos” y “terroristas”, como en antes se les decía. La prensa de la época recoge muchas declaraciones suyas sobre “el fin de las Farc”. Y cuando ese fin se les alejaba como en la Utopía de Galeano, entonces usted, muy dialéctico, recurrió al “fin del fin” de las Farc que tampoco llegó, no para complacencia nuestra sino para desgracia del país porque, tanto usted como Uribe, y todos a una como en Fuente Ovejuna, han creído que el conflicto armado en Colombia es una cuestión que puede acabarse por las malas.

 

En aras de esa falsa premisa, los sucesivos gobiernos de Colombia han venido equiparando la acción de la fuerza pública del Estado con las mismas condenadas acciones de los bandidos y terroristas, cosa que para usted tampoco es extraña, pues, que ya hemos hecho carrera en este escabroso camino como cuando siendo usted Ministro de Defensa, se bombardeo a Ecuador a la caza de Reyes; se desplegaron los falsos positivos y se registraron eventos militares tan espectaculares como la “Operación Jaque”, precedida de una inconfesable logística, cuya explicación se nos está debiendo.

 

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Fin de folio: Tras su aterrizaje en son de guerra en Toribío, señor Presidente, forzoso resulta convenir que la guerra  que nos ha dispensado el establecimiento a todos los colombianos, allende las fronteras indígenas, ahora se ha extendido a ellos, último reducto de la dignidad nacional que nos quedaba…

 

Ave, Caesar, morituri te salutant

 

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