
NO MÁS - ¡NUNCA MÁS!
16.06.2018 06:32En vísperas de un nuevo gobierno
Un sentido común que palpita
en la Colombia Humana
Fuente: Semanario Voz
Carolina Tejada Sánchez
@carolltejada
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Recuerdo que Carlos Bernal, presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos, CPDH, de Norte de Santander, decía: “Ese loco puede salir electo”. Y la campaña, a la Gobernación de ese departamento se veía con expectativa en toda la región, sobre todo por quienes, desde la vida política, alternativa a la tradicional y académica conocían al poeta. Así le llamaban algunos, El Poeta. Y, así lo conocí. Fue en una tertulia literaria de esas que se solían hacer en el Banco de la República, en Cúcuta. Ahí estaba él, Tirso Vélez (en la gráfica - Dibujo del maestro Calarcá), al lado de otros escritores, con sus poemas bajo el brazo, presto a ser escuchado por los asistentes que poco a poco iban llegando al sitio con un Sortilegio -nombre de un boletín con poemas cortos que sacaban para los recitales-, en la mano.
Recuerdo también que esa noche un par de lágrimas brotaron por los ojos de quienes acompañaban la jornada, pues con amor de patria, Tirso recordó la violencia diariamente vivida en el país, el estado de cosas que deberían cambiar y lo mucho que había por hacer. Claro, sus palabras siempre con un romanticismo crítico. También, recuerdo que mencionó que gracias a un poema que escribió en 1992, cuando fue elegido alcalde en Tibú a nombre de la Unión Patriótica, fue puesto preso. Estrofas de ese poema se escucharon esa noche.
Para que soldados y guerrilleros
no sean el uno para el otro
el tenebroso olfato
de la muerte
husmeando la vida temblorosa
para que exploten bombas
de pan y de juguetes
y corran nuestros niños
entre escombros de besos
un sueño de paz.
Los militares nunca quisieron a Tirso, como tampoco los políticos de la región. En su polémica alcaldía en Tibú, lugar al que inicialmente había llegado a trabajar como profesor en las áreas rurales, había rechazado la llegada de tres mil militares que pondrían en “firme el orden público”, y a cambio le había pedido al Gobierno que le enviara cincuenta profesores para reforzar las escuelas. Un hombre de pocos amores desde la fuerza pública, la misma que nunca entendió de poesía.
Pero, la campaña a la Gobernación que se veía en las encuestas con un 24% de favorabilidad por encima de otros candidatos, se truncó porque le segaron la vida al Poeta en pleno centro de la ciudad. Todo sucedió un cuatro de junio de 2003, sobre la Avenida Cero. Su esposa, quien lo acompañaba cayó al suelo con él. El sicario, según relató la señora; la observó, se volteó y le propinó cinco tiros, ella se salvó. Nadie podía creer que sicarios descargaran una ráfaga sobre sus cuerpos y que el Poeta muriera al instante.
También, en esta misma semana, un cinco de junio, encontrarían a nuestros amigos y compañeros, Gerson Gallardo y Edwin A. López, abaleados y con señales de tortura. Eran estudiantes de la universidad pública, amantes de la literatura, militantes de sueños, comprometidos de tiempo completo con cada causa humana, y casualmente tuvieron la oportunidad de compartir espacios con Tirso. Gerson y Edwin habían sido secuestrados por paramilitares en el mes de abril. Ellos, al igual que otros estudiantes habían sido señalados de pertenecer al ELN por otros integrantes de la universidad, todos estaban en una lista negra y se les declarada como objetivo militar, Gersón la encabezaba. La orden, según confeso uno de los jefes paramilitares “desmovilizados” años después en una audiencia pública de Justicia y Paz; era política, había que matar a los estudiantes. Y la orden se cumplió. Sus cuerpos inertes se hallaron esa mañana del cinco de junio, en una carretera que conduce de Cúcuta a Tibú. Según informaron los de medicina legal, no había pasado mucho tiempo desde su asesinato. Se los habían llevado por pensar…
El primero de abril de 2004, Carlos Bernal ingresaba a un establecimiento público para cenar, eran aproximadamente las siete treinta de la noche, y antes de tomar una mesa se dirigió al baño, fue allí, por la espalda, cuando lo asaltaron con cuatro disparos en su cabeza. Camilo Jiménez, su escolta, quien lo esperaba afuera, salió corriendo en su auxilio, pero también fue recibido a balazos. Ambos murieron. Carlos, además de ser defensor de derechos humanos, era el secretario general del Partido Comunista en Norte de Santander, un reconocido abogado y ex comisionado de paz departamental. Carlos, siempre terco y testarudo después de cientos de amenazas y advertencias decía; ¡Que, eso no pasa nada, nos quieren asustar!
La memoria y la razón en búsqueda de la felicidad completa seguirán siendo esa pizarra en la que cada día inventamos y trazamos los colores que tratan de darle vida a esa vida que nos robaron. ¡No olvidamos! Y, cuando se tiene la no grata posibilidad de recordar los muchos proyectos de vida arrebatados por la violencia, no es posible dejar de pensar en que, en este momento, cada una de esas vidas robadas estarían aportando desde sus más apasionadas razones a la consecución de una Colombia más Humana. Tal vez, Tirso desde la poesía, Edwin desde la danza, la cuentería y la guitarra para Gerson y el derecho para Carlos.
Lo cierto es que la larga noche de la guerra tocó fondo, su continuismo es la prolongación de la muerte de generaciones y generaciones de hombres y mujeres que no verán florecer un territorio digno y en paz. Desayunos de odios y de balas, como diría el Poeta, le seguirán quitando la posibilidad a una familia de un año de alimentos. Colombia no tiene un aliento más para otorgarle a los sepulcros vidas y vidas de inocentes, mientras el teatro de la ¨democracia¨ se posa sobra las tablas de la historia, enterrando a sus mejores hombres y mujeres en nombre del ¨progreso¨. En estos tiempos, en los que en las plazas públicas se escucha decir de manera simbólica, “Los del billete de mil somos más”, los que ya no están para definir su historia, de seguro, en cada rincón donde quiera que se encontrasen enarbolarían una y mil banderas para que otra Colombia fuera posible.
Más allá de las razones y de lo políticamente correcto, está el sentido común. Convoquemos a las razones del alma, a no dar vía libre al continuismo de la guerra, que tanto duele, que tanto se llevó. Que no sea la paz vestida de negro, y sí, como describió Tirso, la nueva era para encontrarnos con, la sonrisa cálida del amigo que llega y no fauce oscura del fusil que amenaza.
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