El zorro en el gallinero

24.07.2012 17:02

 

Que el Congreso en su instalación del pasado 20 de julio no le haya pedido perdón al país por el acto inmoral que cometió en el proceso de reforma a la Justicia, y que ni siquiera haya insinuado un somero arrepentimiento, fue otra afrenta al país, avalada de paso por el propio presidente Santos cuando en su discurso dijo: “ni revocatoria ni constituyente”.

 

No pasaron muchos días para darnos cuenta que el Congreso no pidió perdón porque sencillamente no está arrepentido: hoy, uno de los conciliadores, el representante conservador Gustavo Puentes, protagonista del enredo urdido con ingenio, disimulo y maña, acaba de ser nombrado presidente de la Comisión Primera que atiende toda la legislación atinente a las reformas constitucionales.

 

Esta disposición, para decirlo en términos muy gráficos, es como meter el zorro en el gallinero. Al menos debieron haber esperado un poquito más. ¡Qué asco! Y lo más grave es que la solución que se propone es el salto al vacío de una Asamblea Nacional Constituyente.

 

Mal está el enfermo, ni come ni hay que darle. Es así de simple. Como vamos, vamos mal; y si nos devolvemos en desesperada fuga al pasado, peor.

 

Véase la paradoja del enfermo cuando, como se dice, el remedio puede resultarle peor que la enfermedad. Efectivamente, una constituyente podría ser la puerta de salida a un nuevo Estado que, como el colombiano, sucesivos gobiernos –de 1990 en adelante- se han empeñado en hacerlo inviable. Constituyente, no porque sea la única salida, sino porque las demás tienen cancerberos empeñados en mantener la sociedad acorralada. El temor es que una vez metidos en la constituyente se nos diera la sorpresa de un nuevo zarpazo a la Constitución para habilitar un tercer mandato del expresidente Uribe.

 

Y que no se nos venga a meter los dedos a la boca como anda diciendo el senador Vélez, que sería solo para reformar por esa vía la Justicia. No señor: toda Asamblea Constituyente es autónoma de reformar la Carta en lo que quiera, o de hacer una nueva, como pasó en 1991. Si no, no sería constituyente porque para todo lo demás, se tiene el Congreso, como lo dispone la misma constitución vigente a la fecha; y decimos “a la fecha” con toda la intención, porque no sabemos mañana, dentro de ese pragmatismo constitucionalista que nos propone el aclamado politólogo Fernando Cepeda, qué nueva sorpresa nos deparen los exégetas de turno.

 

¿Qué otra cosa podría hacerse? Es la pregunta del millón, y aquí le tenemos la respuesta: elijamos bien. Ahí se acerca el debate electoral grande de cada cuatro años: renovación del Congreso y, meses después, elección presidencial.

 

Es evidente que Santos y sus secuaces no tienen ningún interés en enmendar la plana, como se vio en la recién pasada instalación del Congreso. Segundo: ¿para qué desgastarnos en el tortuoso trámite de una Asamblea Nacional Constituyente si con nuestro voto dentro de año y medio podemos hacer que las cosas cambien, y muy democráticamente?

 

 

 

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