EL CERO A LA IZQUIERDA

25.07.2017 06:23
 
La otra Colombia del siglo XXI
 
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GRUPO EDITORIAL EL SATÉLITE
(Director: Octavio Quintero)
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Referencia: Las fuerzas vivas
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Hace rato me estoy preguntando a que parte de las fuerzas vivas de Colombia pertenecen las centrales obreras que nunca aparecen en la foto de un país urgido de unidad, como cuando se rechazó el fallo de la Corte Internacional sobre el litigio con Nicaragua; o, ahora que la Procuraduría sella un gran acuerdo para combatir la corrupción que carcome a Colombia, y esto último ya no es frase de cajón sino la pura realidad.
 
Muy orondos, junto al presidente Santos aparecieron en la foto el ministro de Defensa y la Canciller; los partidos políticos, los presidentes del Congreso y los gremios de la producción, enviándole un mensaje a Nicaragua de que vamos a defender, todos a una, cada centímetro de tierra o mar colombiano; y las centrales obreras, fuera de foco… Como si la representación de los millones de trabajadores que dicen tener, no sirvieran para nada en esos momentos de “efervescencia y calor”.
 
Portada de Semana.com 3/19/2016)
 
Frente a la “Declaración conjunta por la transparencia y la integridad” que insta y encabeza la Procuraduría General de la Nación, suscrita el 22 de junio, aparece también todo el mundo, menos las centrales obreras, como si los trabajadores no tuvieran velas en la lucha contra la corrupción.
 
(Ver: documento)
 
Si hay alguna parte de carne y hueso en las genéricamente llamadas “fuerzas vivas”, esos debieran ser los trabajadores, pues, son ellos los que mueven, con su mano de obra, todo el aparato económico del país; y con su voto, todo el establecimiento político nacional… Son ellos, los trabajadores de estratos 1, 2 y 3 que “arrancan” de su entorno familiar y laboral las cúpulas de las fuerzas armadas para hacerles pagar el servicio militar; y son ellos los que están poniendo el pecho a las balas enemigas cuando hay confrontación bélica interna o externa, o cuando les toca hacer la guerra sucia contra su propia clase social y laboral disolviendo, quizás a regañadientes, su sagrado derecho a la “protesta pacífica”.
 
O sea que, por lo visto, los trabajadores no tienen una representación de respeto en Colombia: ¿No vieron la ninguneada que les pegó el gobierno y las Farc-Ep a las centrales obreras en el proceso de paz?... No aparecen ni en la foto de La Habana, ni en la de Cartagena ni en la del teatro Colón, donde se firmó, por último, el proceso de paz que se está desarrollando… Pero eso sí, en su despedida el presidente Santos anda con el sermón de “mi paz os dejo mi paz os doy” y las Farc-Ep rematan asegurando que su próxima participación en política partirá en dos la historia de Colombia: ¿A quiénes les está dejando la paz Santos y con quiénes van a hacer política las Farc-Ep: todo eso sin los trabajadores colombianos? ¡Ummmmm!
 
Las centrales obreras no cuentan a la hora de la foto, como venimos diciendo. Las centrales obreras en Colombia son mercenarias que no sienten las necesidades de los trabajadores y por tanto no defienden con ahínco los intereses de sus afiliados.
 
Cómo será de insignificante su presencia en la vida nacional que no figuran ni en las encuestas de opinión en las que se pregunta por la imagen de todo el mundo: individualmente por la del presidente y sus ministros; colectivamente por la de los partidos políticos e, institucionalmente, por el Congreso, la Justicia, la Iglesia, las Fuerzas Armadas y, nunca, por las centrales obreras.
 
Hace años definíamos como la “otra Colombia” a todo aquello fuera y olvidado del interés nacional. Haciendo el símil, la otra Colombia hoy son los trabajadores colombianos, a los que nunca se les tiene en cuenta, más que para clavarles impuestos indirectos, recortarles sus derechos laborales y sociales en beneficio de las utilidades empresariales y llevarlos a las urnas como testimonio de una fementida democracia.
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Fin de folio.- Los que hablamos de paz social, no es que estemos opuestos a que cese el conflicto con los alzados en armas… Solo somos la voz de los inermes ante la voracidad de un gobierno sin escrúpulos.

 

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