Eduardo Sarmiento

12.06.2012 00:55

El primer golpe del TLC
.-
Cuando se realizó la apertura económica en 1991, se presentó una
entrada masiva de alimentos que fue atribuida por el Gobierno a
fenómenos climáticos y más tarde se extendió como pólvora en todo el
sector.-

En menos de un año el área agrícola cayó en la cuarta parte y hasta
ahora no se ha recuperado.
¿La historia se repite? Luego de que los gobiernos señalaran que había
tomado todas las precauciones que el experimento no les significa
mayor amenaza al sector, la firma del TLC se saludó con un aumento de
las importaciones de alimentos de más del 35%. En el primer trimestre
las compras externas de leche y productos lácteos se incrementaron
1.000%, las de confitería 300%, las de molinería 80% y las de frutos
comestibles 34%. El Ministerio de Agricultura salió a desvirtuar las
cifras, diciendo que las importaciones de materias primas agrícolas
destinadas a la industria, como los cereales, disminuyeron. Lo uno no
contradice lo otro y, en conjunto, confirman el peligro del TLC. El
tratado contempla una reducción gradual de los aranceles y establece
cupos máximos de importación para las materias primas agrícolas, pero
elimina de un tajo las tarifas de los productos finales. Los
intermediarios, ni cortos ni perezosos, procedieron a traer las
materias primas por la vía de los productos finales abaratados,
disparando las importaciones de confites, leche, carne y café.
Sin duda, el mayor desacierto de la negociación se realizó en la
agricultura. Mientras Estados Unidos mantiene los subsidios, Colombia
baja los aranceles en un promedio de 13% y en muchos casos hasta en
30%. Mal podría esperarse que semejante determinación pueda ser
contrarrestada con medidas puntuales, como el gradualismo en el
desmonte arancelario. Por lo demás, una década es un período corto
para reducir las enormes diferencias de productividad acumulada
durante medio siglo, y más, sin disponer de un marco institucional
para llevarlo a cabo. A Brasil le tomó varias décadas realizar los
avances tecnológicos que hoy le permiten producir los cultivos
temperados en el trópico dentro de condiciones similares a las de
Europa y Estados Unidos.
La lección de los últimos 20 años no sirvió para avanzar en un
diagnóstico realista de la agricultura. En virtud de que el país
dispone de tierra abundante, se consideró que estaba en condiciones de
especializarse en un número reducido de productos tropicales e inundar
el mundo. Pero la demanda de estos productos es limitada. El país no
tiene más opción que producir cereales y derivados de la ganadería
para emplear la tierra y la mano de obra disponible.
Ahora, se está viendo, incluso por los mismos funcionarios, que los
negociadores incurrieron en el error de libro de texto que presume que
los acuerdos de libre comercio son un intercambio de bienes distintos
en que cada país tiene ventaja comparativa sobre el otro. La realidad
es totalmente distinta. Basta examinar las cuentas externas de
Colombia o de cualquier otro país para advertir que el grueso del
intercambio comercial se presenta en productos que son elaborados en
todos los lugares. Las posibilidades del desarrollo agrícola están
precisamente en la competencia para producir los bienes temperados,
como cereales y derivados de la ganadería, que son los que ofrecen
mayor demanda mundial.
El TLC constituye un serio obstáculo para enfrentar esta competencia,
porque coloca al país en clara desventaja con Estados Unidos, que
tiene una productividad varias veces mayor y recibe la gabela de los
subsidios. El disparo de las importaciones en los tres primeros meses
del año es el anticipo de un experimento que abarata las compras
externas a cambio del empleo y la producción nacional.

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Tomado de El Espectador

 

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