Eduardo Sarmiento

08.10.2012 05:33

Reforma tributaria con propósitos inciertos
(Su columna en El Espectador)

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Hace dos años analicé la reforma tributaria esbozada por el ministro
Echeverry. Señalé que la iniciativa pretendía bajar los impuestos al
capital y trasladarlos a los ingresos del trabajo mediante la
elevación del IVA a los productos de primera necesidad.


La versión presentada por el ministro Cárdenas se fundamenta en el
mismo principio, pero la forma es totalmente distinta.
La reforma contempla cinco aspectos centrales: elevación de los
gravámenes a los grupos con salarios superiores a ocho millones
mensuales mediante la tasa presuntiva a los ingresos totales; baja de
los parafiscales de 29,5% a 16%; simplificación del IVA a tres
tarifas, baja del impuesto de ganancias ocasionales de 30% a 10% y la
introducción del impuesto a la equidad.
El efecto grande a la reforma es la elevación del gravamen a las
rentas del trabajo superiores a $8 millones mensuales. Mal podría
decirse que los mayores ingresos tributarios se destinarán a las
escalas más bajas de ingreso. Su verdadera finalidad es compensar la
baja de los recaudos ocasionados por la disminución de los
parafiscales. Queda al descubierto que el propósito de la reforma es
reducir los ingresos del trabajo con respecto al capital para abaratar
los costos salariales y aumentar el empleo y la formalización de la
mano de obra.
El expediente es de la misma familia de la flexibilización laboral que
presume que el desempleo se origina en rigideces laborales y, en
consecuencia, se corrige bajando los salarios. En aras de esas
doctrinas se recortaron las compensaciones por horas extras y
dominicales, se crearon las cooperativas de trabajadores, se ajustó el
salario mínimo por debajo de la productividad y se incrementó la
tributación indirecta.
La política fracasó. En los 10 años siguientes el desempleo se mantuvo
por encima de 10%, la informalidad superó el 65% y los ingresos del
trabajo en el PIB declinaron. El efecto fue opuesto.
Quién garantiza que cuando las empresas obtienen mayores ganancias por
baja de los costos laborales, los orienten a contratar trabajadores
informales. Lo más probable es que una parte se la apropien y la
restante la destinen a atender presiones salariales. No existe la mano
invisible que convierta las ganancias en contrataciones de
trabajadores. Así lo confirman las leyes del primer empleo e
informalidad.
Aquí no paran las asimetrías. Adicionalmente, se bajan las ganancias
ocasionales de 30 a 10% y se reducen las escalas del IVA de siete a
tres tarifas. La primera disminuye los gravámenes del capital y la
segunda eleva los del trabajo. Por su parte, el llamado impuesto de la
equidad de 8% es un juego aritmético.
La propuesta contempla múltiples cambios en la legislación que se
compensarán con variaciones de salarios y precios que dificultan la
cuantificación. De todas formas, es incuestionable que baja los
ingresos del trabajo y eleva los del capital. Y no hay ninguna base
científica para esperar que semejante estructura aumente el empleo y
la formalidad. Estamos ante una iniciativa inequitativa incierta.

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