Del subalterno acechón

20.11.2010 07:50

El auditor general de la Contraloría, Iván Darío Gómez, debe estar sirviendo de instrumento a alguien que quiere sacar a Turbay Quintero del juego político en la disputa por la gobernación de Cundinamarca en las próximas elecciones.

Sí es cierto lo que denuncia sobre supuestas irregularidades en la Contraloría durante la administración de Turbay Quintero, entonces, es cómplice de esas irregularidades por no denunciarlas a tiempo; y si no, es “idiota útil” de una causa que no es la suya; y si lo es, es una causa espuria, propia de la vileza.

Pero, además, el episodio sirve de termómetro a la contralora, Sandra Morelli, elevada al cargo con muy alta calificación moral e intelectual, que no honraría si, como todo indica, se presta a subterfugios políticos en desmedro de la imagen de alguien que en su momento nadie con autoridad y razón acusó de nada.

Es, por demás, un viejo y perverso estilo de la cultura nacional: esperar al caído para caerle. Reverenciamos hasta la idolatría al poderoso de turno. Le alabamos hasta en sus más protuberantes imbecilidades –mientras firma la nómina- y, después, con hígados de hiena, le caemos encima, entre otras razones, para abrirnos espacio en el séquito del nuevo amo que llega a cantar al gallinero.

¡Muerto el Rey viva el Rey!, es el falso axioma que domina nuestro proceder pusilánime y pragmático: que esto último debe ser redundante.

Es lo que vemos también en la apertura de la administración Santos: la caída de un ídolo que nos empujó ocho años a las mayores torpezas políticas, sociales y económicas de que tenga historia la historia nacional, y su imagen pública no bajó de 70/ 80 por ciento. Hoy anda como cualquier twitero barato empalagándonos con sus incoherentes síntesis gramaticales.

Me parece absurdo que hayamos dado en elevar a praxis cultural la salida del rey de turno para caerle encima, en vez de confrontarnos con responsabilidad y seriedad en el momento mismo de nuestras actuaciones, no solo en la vida pública sino en la vida privada, que éstas también hemos dado en separar, como si de personas distintas se tratara de quien hoy es ministro y mañana empresario.

Por eso estamos como estamos: ni quienes nos gobiernan tienen moral ni nosotros autoridad para reprochárselo. Sólo venganzas pueblan nuestros debates públicos, como ese otro culebrón montado por los medios en torno a Petro y el Polo: ¡Qué decepción! 

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