Comparaciones odiosas

09.01.2011 08:46

El refrán dice que toda comparación es odiosa, pero esta vez, tomémoslo como reflexión…

Y puestos en los zapatos de los trabajadores de salario mínimo, pensemos, por ejemplo, ¿qué les  importa a ellos que una libra de carne valga 10.000 pesos si tienen con qué comprarla? ¿O,  viceversa, qué sacan con que no valga sino mil, si el dinero no les alcanza?

Es el caso de la Venezuela de Chávez. Acaba de cerrar el año 2010 con una inflación que para nosotros es un escándalo: 27,2 por ciento; pero, en esa Venezuela de Chávez, vive una población en mejores condiciones económicas que la colombiana y, por supuesto, con una mejor calidad de vida, lo dice la Cepal.

He tomado el caso de la inflación porque, seguramente por estos días, esos medios proclives al poder económico dominante, van a golpear a Chávez enrostrándole una inflación desbordada del 27,2 por ciento.

Pero –repito- eso qué importa si al mismo tiempo (esto no lo dirán los medios), la Venezuela de Chávez es, después de Uruguay, el país suramericano  en donde ha habido una mayor reducción de la pobreza (del 49 al 28 por ciento), en lo que va corrido de este siglo, al tiempo que la población en estado de indigencia bajó del 22% al 8%.

El contraste con Colombia, en donde el grado de pobreza afecta al 47 por ciento de su población,  dentro de la cual, la tasa de indigencia se eleva al 20 por ciento, un 250 por ciento más que Venezuela, es aberrante.

Cuando alguien nos explique razonablemente si resulta mejor administrado un país con una tasa de inflación del 3,17, pero con una pobreza del 47, que un país con una tasa de inflación del 27,2 y una pobreza de solo el 28, entonces nos habrá callado la boca. Y si, por demás, en el país de la alta inflación se observa también una mayor equidad en donde el salario más alto apenas es 10 veces el más bajo, mientras en Colombia, esa brecha en promedio se ha elevado hasta un rango de 25 a 1, entonces…

El caso Brasil, en donde se ha registrado una inflación del 5,91 por ciento y un incremento salarial del 10 por ciento sostenido en los últimos años en los ingresos más bajos, también resulta ejemplarizante. Esto ha llevado al Brasil que deja Lula con una nueva capa social de trabajadores con mayor capacidad de consumo que es lo que está jalonando la economía del gigante suramericano.

Podrían citarse también los casos de la Bolivia de Evo, ese país que todavía miramos como de “pobres indios”, que va acortando las distancias sociales con un incremento del mínimo del 20 frente a una inflación registrada del 8 por ciento o, en el Ecuador de Correa, en donde acaba de decretarse un incremento salarial del 10 frente a una inflación del 3,7 por ciento.

Aquí en Colombia, en cambio, ahora nos toca aplaudir una decisión dizque sin antecedentes en el gobierno, de revisar a pocos días de expedido su decreto de incremento del salario mínimo de 3,4 al 4,0 por ciento, que sigue siendo mezquino frente a las grandes utilidades de los empresarios y capitalistas y las consiguientes alzas de todos los productos y servicios más esenciales de principios de año, que anulan de un  plumazo “la generosidad” oficial.

De momento, sigo creyendo que en medio de la alienación que sufrimos, nos han puesto a aplaudir un modelo económico que socialmente no nos beneficia, y ni siquiera a nuestros pequeños y medianos empresarios, porque buena parte de toda esa riqueza que se cosecha en este país de pobres, pasa a las arcas de las poderosas multinacionales que nos han invadido o se queda en los profundos bolsillos de los grupos dominantes, incluyendo el financiero, que nos han apabullado in saecula saeculorum.

 

  

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