Clara López

24.10.2012 04:45

Acentúa la desigualdad

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(Su columna en El Tiempo)

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Al Gobierno se le debe pedir transparencia aritmética para saber de dónde saca que la reforma es para la equidad.

La desigualdad extrema de la sociedad colombiana es moralmente objetable. También es ineficiente desde una perspectiva económica. El bienestar material colectivo resulta inferior al óptimo posible, por lo que todos nos vemos perjudicados, incluso los más favorecidos. En materia política también. Como lo ilustra Stiglitz en su reciente libro, El precio de la desigualdad, el sistema electoral termina por parecerse más a 'un peso un voto' que a 'una persona un voto'.

Para empezar a corregir resultados tan inaceptables, se han desarrollado dos instituciones fiscales que nuestra Constitución recoge: la tributación progresiva y la prioridad del gasto público social. En ambos frentes, la reforma tributaria sale debiendo.

Ninguna de las sucesivas reformas tributarias ha contribuido a introducir progresividad al sistema tributario. Más del 50 por ciento del recaudo proviene de impuestos regresivos, como el IVA, que gravan en mayor proporción a los de menores ingresos. Al impuesto sobre la renta lo han convertido en regresivo al cobrarles mayores tarifas efectivas a los rangos de ingresos inferiores que a los superiores y al eximir completamente las rentas más elevadas, por no gravar los dividendos que constituyen el grueso de los ingresos de ese 1 por ciento que recibe el 20 por ciento de la renta nacional.

Ahora viene una nueva tanda de beneficios para los más acomodados, con lo que la des-igualdad, al contrario de las aseveraciones del ministro Cárdenas, se verá acrecentada y la eficiencia económica desestimulada. En primer lugar, aumentarán las tarifas impositivas de las rentas provenientes de salarios y honorarios mientras se reducen las tarifas de las empresas, de las ganancias ocasionales y de las herencias.

Para decirlo con claridad, se premian el rentismo y la especulación por encima del trabajo esforzado. Un empleado que devengue 8 millones de pesos mensuales tributará a una tasa más alta que un heredero de una fortuna de miles de millones que no contribuyó a producir. Los dividendos que reciba, bien en exceso de 8 millones de pesos mensuales, seguirán exentos de pagar un solo peso de impuestos por el sofisma de la doble tributación, que no se aplica ni en la Meca del capitalismo. La administración Bush, que rebajó los impuestos de los más ricos a niveles que tienen a Estados Unidos camino de registros del coeficiente de Gini semejantes a los latinoamericanos, los más desiguales del mundo, no planteó que los dividendos no debían tributar.

Pero hay más. Rebajan el impuesto de renta a las sociedades, del 33 por ciento al 25 por ciento, con un sacrificio fiscal de 8 billones de pesos anuales y, de paso, eliminan los para-fiscales del Sena y el ICBF. Alguien tendrá que pagar la cuenta y no van a hacerlo los que

mayor capacidad de pago tienen. Como siempre, serán los de abajo y los del medio, quienes tienen menos pesos y, por tanto, menos votos. Lo harán directamente o por vía del déficit fiscal que castigará el gasto público social. Así pasó en EE. UU. cuando aplicaron las mismas fórmulas.

Al Gobierno se le debe pedir transparencia aritmética para saber de dónde saca que la re-forma es para la equidad. Que diga toda la verdad sobre cuáles rentas pagan cuáles y cuán-tos impuestos.

Para hablar de equidad sin caer en embustes, el Congreso tendría que proceder a exigir que a igual ingreso igual impuesto, aplicar una tabla progresiva y no hacerla inoperante a punta de exenciones. Dadas las enormes diferencias de ingresos entre pymes y grandes empresas, ya es hora de extender la progresividad al impuesto de sociedades. Solo con progresividad real se evitará que la reforma tributaria acentúe la desigualdad ya en niveles inaceptables.

 

 

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