Ciego, sordo y mudo

04.10.2012 07:07

 

Como la canción de Shakira, algunos creen que no ver, no oír, no decir, hacen que las cosas marchen bien. Y es todo lo contrario: ver, oír y decir, es de lo mucho bueno que nos legó la Constitución del 91 en su proyección de la democracia participativa.

El periodismo, dice Albert Camus, es la profesión más bella del mundo. Lo creemos así porque somos periodistas. Pero, la verdad, es que toda profesión es bella siempre que el respectivo profesional se entregue a ella con honestidad y propósito de servicio social porque, en esencia, toda profesión, sea la que sea, no puede existir más que para y por la misma sociedad.

En desarrollo de la actividad periodística, el profesional de la información se encuentra a diario, como dice el dicho, con unas de cal y otras de arena. Todo porque la condición humana lleva a encontrar muy bueno lo que nos ensalza y muy malo lo que nos critica.

El periodismo se expresa en noticias. Y, según la sabia definición de cartilla que se le enseña al periodista, “noticia es todo aquello que en alguna parte alguien quiere que no se sepa. Todo lo demás, es publicidad”.

Por eso es que el periodista, esencialmente, es un investigador social que procura poner en blanco y negro toda la información que se requiere para tomar correctamente una decisión. Cuando, en esa función, le corresponde hacer ver lo que de alguna manera al mandatario de turno o al interés particular no le conviene que se vea, lo tachan de opositor.

En sana lógica, no se puede acusar de opositor a un medio que, independientemente del mandatario de turno, mantenga siempre en su línea de información una preferencia por el interés general sobre el particular.

En estricto sentido, oposición es otra cosa: en gastronomía sería no gustar de la cebolla, independientemente del chef que la prepare; en política de la derecha, aunque eminencias tenga; y en religión, no comulgar con el budismo aunque Mahoma sea su profeta.

En cuanto a El Satélite y su circunstancia, ahí va. Es cierto que la crítica cuando es injusta, duele; pero también a veces resulta más valiosa que la simple adulación. A los amigos, que son muchos, gracias; muchas gracias: su preferencia compensa con creces nuestro esfuerzo.

 

—————

Volver