LAS FARC, LA PAZ Y SUS ALIADOS

LAS FARC, LA PAZ Y SUS ALIADOS

Gearóid Ó Loingsigh

(goloing@gmail.com)

 

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Grupo Editorial GES

(Edición Octavio Quintero)

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En junio de este año, las Farc y el gobierno de Colombia anunciaron el fin del conflicto armado y el 24 de agosto 2016, firmaron el Acuerdo Final entre las partes.
 
En ambas ocasiones el anuncio fue recibido con alegría, lágrimas, besos, abrazos y un estado de exaltación entre la multitud que la veía en pantalla, un gran jolgorio. Parecía como una de esas reuniones carismáticas de predicadores tele-evangelistas en EE.UU… Igual que en esas reuniones, no cabe la duda: la fe exige una creencia ciega en lo anunciado y el que discrepe, dude o simplemente tenga alguna pregunta, está condenado a las llamas eternas…
 
La manera en que las ONG, y los mal llamados “intelectuales de izquierda”, han abordado el tema de la paz, es como una de esas iglesias, y no obstante que alguno u otro artículo o declaración hablan de la necesidad de discutir la paz, lo que menos se puede hacer es discutirla de forma crítica. Quieren “discutir” la paz de la misma forma que un evangélico discute un versículo de la Biblia, o un musulmán fundamentalista el Corán: es la realidad que debe estar equivocada y no el versículo del texto sagrado, en este caso, el Acuerdo Final. Pero nos incumbe discutirla.
 
La Paz que nos espera
¿Qué clase de paz nos espera? ¿Cuáles son los alcances de esa paz? Y ¿la izquierda realmente está pensando en seguir luchando después de la firma de la paz? Son preguntas que nos deben preocupar. Las declaraciones hechas en La Habana por el comandante de las Farc nos arrojan algunas luces sobre lo que ellos están pensando y el camino que piensan trazar.
En el discurso anunciando el final del conflicto, Timochenko dijo que las fuerzas armadas fueron las adversarias de las Farc y que en adelante “tenemos que ser fuerzas aliadas por el bien de Colombia. Su infraestructura y recursos pueden ponerse al servicio de las comunidades y sus necesidades, sin desmedro de sus capacidades para cumplir su función constitucional de guarnecer la frontera.” No es una descripción fortuita, las Farc realmente creen que las fuerzas represoras del Estado serán aliados de ellos, y por extensión, del pueblo colombiano.
 
El comandante del Ejército tiene otra opinión del asunto y lo describe mucho mejor que Timochenko: “La ONU y las Farc han pedido que ahora en su concentración al llegar al fin del conflicto, y mientras hacen ese tránsito de la ilegalidad a la legalidad, que las proteja los soldados colombianos… Para nosotros no es una humillación, para nosotros es un honor porque quien las cuida es quien ganó la guerra; porque quien las cuida es quien queda con las armas, quien las cuida es quien viste los uniformes de la República” (El Tiempo 24/08/16).
Es decir, ellos custodian a las Farc y al decir Timochenko que son aliados, es como decir que el INPEC es aliado de los presos recluidos en las cárceles colombianas. Pero el asunto es más de fondo y no sobre quién protege a quién. Pues al fin de cuentas, eso es sólo una muestra visible de la realidad de una organización derrotada, algo que el mismo general resaltó en la misma entrevista al decir que ésta es la transformación de un Ejército que entiende que ganó la guerra; un Ejército que tiene la estatura moral y ética para cuidar –de aquí en adelante-- al enemigo de 52 años: “Al término de los 180 días de las zonas veredales de tránsito a la normalidad, el Ejército que queda con las armas es el de la República de Colombia. El Ejército que seguirá portando los uniformes de la patria, es el Ejército Nacional. El Ejército que seguirá luchando por la seguridad de los colombianos es el Ejército que ganó la guerra”.
 
El general Mejía nunca habla de ser aliado de nadie sino de servir al Estado colombiano y todo lo que eso implica.
 
Pero hay que preguntar a las Farc si ese nuevo supuesto aliado de ellos y el pueblo es un aliado en todo. Parece que las FARC creen que sí. A los pocos días de declarar el fin del conflicto, el ministro del posconflicto Rafael Pardo (el mismo hombre que legalizó al paramilitarismo en 1994 bajo la fachada de las Convivir) anunció incentivos tributarios para las empresas que inviertan en las llamadas zonas del posconflicto. Según Pardo, “Son las zonas que todo el mundo conoce, las zonas que han tenido conflicto, que por razones del conflicto han tenido oportunidades restringidas, regiones como el Pacífico Colombiano por ejemplo, o el Chocó o zonas del Nudo de Paramillo”.
 
¿Qué clase de empresa invertirá en esas zonas, algunas de las cuales son remotas? Empresas mineras y petroleras para comenzar. El jefe de Ecopetrol ya anunció que el fin del conflicto abrirá zonas del país a la prospección energética, zonas que hasta hoy son vedadas a esas empresas. También llegarán empresas del agro-negocio, de palma africana y caña de azúcar entre otras. Aquí no estamos inventando nada, los intentos de empresas extranjeras como Cargill y empresas nacionales como los ingenios caucanos de apoderarse de tierras en esas zonas, ya es de conocimiento público y ha provocado largos debates. La ley de las ZIDRES es una prueba de los planes del gobierno. Timochenko se refirió a esa ley en su discurso. Son zonas donde los campesinos no entran a jugar sino las multinacionales. Cuando lleguen esas empresas, llegarán protegidas y acompañadas por las fuerzas estatales.
 
¿Será el Ejército un aliado de las Farc y el pueblo en ese momento también? Una pregunta que los hinchas del proceso nos deben responder. También si una protesta campesina frente a las ZIDRES altera la paz, ¿qué dirán? Podemos decirlo ya: pedirán a los campesinos que acaten la ley y el orden en nombre de la paz.
 
Las Farc están definiendo el futuro de los conflictos sociales, legitimando no sólo el Estado sino sus fuerzas represivas, que tanto sangre de dirigentes sociales han derramado en los últimos 50 años. No se quedaron en eso. También están legitimando el imperialismo gringo y preparando el país por una nueva, pero a la vez, no tan nueva relación con los EE.UU, y de paso, sus multinacionales. No hay que decir que las Farc, igual que las ONG y los “intelectuales de izquierda” ya tienen muy buena opinión del imperialismo europeo, algo que es de vieja data, aun cuando el papel de las petroleras europeas en el conflicto es bien conocido.
 
En una entrevista concedida a la televisión rusa, Timochenko dijo: “Para nosotros está claro que este proceso se está dando gracias al visto bueno de los EE.UU. Al fin y al cabo, fue EE.UU el que metió un impulso grande al conflicto en Colombia en la implementación del Plan Colombia, destinando más de 10.000 millones de dólares junto con asesores (mercenarios) que estuvieron haciendo inteligencia, asesorando a las distintas unidades militares. En la guerra se involucró con todo lo que tenía… acompañado de Inglaterra e Israel, y no pudieron derrotarnos. ¿Qué estamos viendo? Que está involucrado en intentar alcanzar la paz, por eso no pierde su naturaleza; su naturaleza [imperialista] se mantiene”.
 
Timochenko reconoce la naturaleza (imperial) de EE.UU, pero cree en sus bondades a la hora de alcanzar la paz en Colombia, mientras bombardea a Irak, Siria y Afganistán… Además, cree que ellos (EE.UU) y el Estado colombiano reconocen su error de bombardear a Marquetalia. No hay nada que indique esa voluntad de paz, ni reconocimiento de uno o varios errores en el pasado. Lo que ha cambiado es la “amenaza” que representan las Farc para los gringos.
 
No es por nada que en 2006 las FARC mandaron un mensaje verbal a Uribe, a través de Henry Acosta que decía “Dígale al Presidente Uribe que no estamos ni por la toma del poder ni porque éste sea un país socialista. Estamos por una economía de bienestar con equidad y justicia social (Semana.com, 25/08/2016: La paz es el camino).
 
Lejos quedaron las luchas por la tierra, y la justicia social reemplaza cualquier pretensión socialista. Claro, las ONG, no obstante sus declaraciones, en la práctica, tampoco creen en la justicia social y, por supuesto, menos en el socialismo, y así están muy contentas. Creen en su propio bienestar y piensan lucrarse de la paz como lo han hecho de la guerra.
 
El comienzo de un nuevo camino
Iván Márquez presenta una imagen de las negociaciones que no sólo dista de la realidad de las Farc sino que niega el papel que han jugado las organizaciones campesinas, obreras y de derechos humanos a lo largo de los últimos 50 años.
Según ese comandante de las Farc, el acuerdo de paz no es un punto de llegada, sino el punto de partida para que un pueblo multiétnico y multicultural, unido bajo la bandera de la inclusión, sea orfebre y escultor del cambio y la trasformación social que claman las mayorías… “Hoy estamos entregando al pueblo colombiano la potencia transformadora, que hemos construido durante más de medio siglo de rebeldía, para que, con ella, y la fuerza de la unión, empiece a edificar la sociedad del futuro, la de nuestro sueño colectivo, con un santuario consagrado a la democracia, a la justicia social, a la soberanía y a las relaciones de hermandad y de respeto con todo el mundo”.
 
Bonitas palabras (y el resto del discurso es más bonito todavía), que se dedique a la escritura una vez desmovilizado, pero lo que dice no es cierto. Puede que tenga razón sobre el punto de partida, el tiempo nos dirá, aunque no lo parece. Sin embargo, no es cierto que ellos están entregando una “potencia transformadora”, pues el pueblo siempre lo ha tenido, y las organizaciones campesinas y obreras lo han demostrado muchas veces, en los paros, las protestas y en las muertes que ellas han puesto, no están empezando a edificar una sociedad nueva, sino llevan más tiempo que las mismas Farc en construirla. Curioso que las Farc, igual que el Estado, niegan la agencia que las comunidades han demostrado repetidamente.
 
Es obvio que el conflicto no termina, no sólo porque el ELN no ha acordado nada con el gobierno, sino porque los conflictos sociales continúan y el Estado reserva el derecho a responder ante las movilizaciones de la población, con mecanismos legales (Policía, Ejército, Fiscalía) y extralegales como los paramilitares.
 
Dos días después de firmar el Acuerdo Final, un dirigente A’wá fue asesinado en Tumaco, y justo en horas de dar una última revisión a este artículo, llega la noticia del asesinato de tres campesinos en el municipio de Almaguer, Cauca, donde las empresas mineras están intentando entrar.
 
Los “intelectuales de izquierda” quienes han guardado un silencio sepulcral sobre los problemas de lo negociado en La Habana, apenas ahora comienzan a señalar que no es el fin del conflicto y no resuelve todo, es decir, resuelve bien poco o nada, pero da la oportunidad de trazar un camino distinto. En cierto sentido tienen razón, pues, la opción armada desaparece para muchos, pero sólo se puede trazar un camino distinto si se quiere. Ya sabemos que las Farc no están pensando en eso y existen muchas razones para pensar que esos “intelectuales de izquierda”, las ONG y muchas organizaciones tampoco lo están pensando. Si no fuera así, habrían dicho algo sobre el acuerdo agrario que se limita a reiterar la legislación vigente sin mayores cambios. Su silencio desde su publicación nos dice todo sobre lo que podemos esperar de ellos sobre este y otros puntos. Son fieles al Estado, no al pueblo.
 
El ELN y la Paz
El ELN publicó un comunicado en que decían que primero no se sentían cobijados ni obligados a nada por el contenido de los acuerdos firmados por las Farc. Esto es obvio, pues es una organización distinta, con una historia propia, un recorrido propio y con una ideología propia, no obstante los puntos en común. También dijeron que los acuerdos no solucionan nada y exculpan al Estado de su responsabilidad.
 
Se evidencia que el objetivo principal de la comandancia de Farc, es convertirse en una organización legal, aceptando unos acuerdos que exculpan al Estado de su responsabilidad en el desarrollo de la guerra sucia y el Terrorismo de Estado, a la vez que deforman los fundamentos esenciales del Derecho a la Rebelión. Así, el gobierno niega la naturaleza política del alzamiento armado y mantiene intacto el régimen oprobioso de violencia, exclusión, desigualdad, injusticia y depredación.
 
El comunicado dio paso a una reacción furiosa de las ONG y “intelectuales de izquierda” lloriqueando por el atrevimiento de los elenos de no someterse al Estado y además criticar el vacío contenido de lo acordado en La Habana. Camilo González Posso reconoció que las demandas del ELN son temas que han sido abordados por académicos y otros, pero a la vez expresó su preocupación que el ELN estaba pidiendo demasiado, algo no alcanzable.
 
La Declaración del ELN expresa discrepancias con la esencia de los acuerdos alcanzados por el Gobierno y las Farc en La Habana. Es una discusión conocida y sobre la cual se deberá entrar en detalle en temas como los de justicia, participación o alcance de las reformas en materia rural, política, verdad o de los derechos de las víctimas. Si estuvieran de “acuerdo en lo esencial” otra sería la realidad de las negociaciones. Lo cierto es que el ELN pretende lograr en la mesa más de lo que han logrado las Farc en reformas sociales y pactar el enjuiciamiento al Estado para que reconozca su responsabilidad en la guerra sucia y el genocidio, como parte del terrorismo oficial. Todas esas pretensiones pueden entenderse como entrada al proceso pero no deberían asumirse como líneas rojas, pues, es poco probable, como están las cosas, que el gobierno pacte en Quito una condena por terrorismo de Estado que no se ha podido lograr en 20 años de movimientos sociales y reclamos nacionales e internacionales.
 
Otros fueros más enfáticos en su condena a los atrevidos elenos. Por su parte Lucho Celis denunció al ELN en términos que serían de risa en otro contexto, los cuales nos dan una muestra por dónde van los ongeros en la paz. Replican una vieja frase “quién no está conmigo está contra mí”. Según Celis: Hay que abonarle al ELN su claridad para decir que no comparte este acuerdo de paz, lo cual lo ubica en identidad con el uribismo. Así difieran en sus argumentos, lo cierto es que en el extremo izquierdo donde está el ELN hay distancia y crítica frente al proceso con las Farc, al igual que en el extremo derecho donde se ubica el Centro Democrático y el liderazgo de Álvaro Uribe.
 
…el ELN se ha afincado en una agenda maximalista como derrotero para la solución negociada y quiere que el futuro acuerdo de paz toque todos los temas que desde su ideario político y comprensión de futuro considera que deben ser cambiados, así como incluir “las transformaciones necesarias para modificar la realidad del país”.
 
Aquí tenemos un perfecto ejemplo de lo que significa la paz para los ongeros, “intelectuales de izquierda” y demás hinchas del proceso. No hay que hablar de transformaciones sociales, eso es maximalismo y las comunidades que pelean por la tierra, contra la gran minería etc. son el espejo de una extrema derecha liderada por Uribe. Hay que tener algo claro, en lo socio-económico Uribe y Santos no tienen ni la más mínima diferencia, es una de las repetidas mentiras de los hinchas del proceso que hay dos modelos de país en discusión. El segundo punto es que Celis, señala, quiéralo o no, como lo han hecho los medios a lo largo del conflicto. Hay un enemigo interno y si uno no acepta la propuesta del Estado es el aliado del enemigo o fantasma de turno que se invente. La nueva mantra es la paz, y hay que repetirla una y otra vez y aceptarla sin críticas, ¡todos por la paz como sea! peluqueros por la paz, pasteleros por la paz, pero no habrá prostitutas por la paz, esa corona la robaron un cortejo de los mal llamados intelectuales hace mucho tiempo.
 
Si el ELN se equivoca en algo con su comunicado es que llegó cuatro años tarde. El punto en que nos encontramos hoy era previsible y algunos lo señalamos desde bien temprano en el proceso. De haberlo hecho antes, el ELN pudo comenzar un debate público sobre los alcances de un proceso de paz con las Farc y también con ellos. Si los “intelectuales de izquierda” hubiesen analizado y criticado públicamente el proceso, si hubiesen bregado por un proceso abierto, si hubiesen discutido críticamente los acuerdos, hoy tendríamos otro debate y podríamos proponer una Asamblea Constituyente, tal como los hinchas del proceso nos aseguraron las Farc no sólo iban a conseguir sino que no aceptarían menos. No fue ni la primera ni la última mentira que se les cayó de la boca.
 
Asamblea Constituyente
La idea de una Asamblea es buena, puede reunir a distintos sectores de la sociedad, sectores de izquierda y sectores democráticos, quienes no abundan en el país pero sí existen. Circulan por internet unos artículos del expresidente de la Corte Constitucional, Jaime Araujo Rentería, donde clama por una Asamblea Constituyente,  en vez del Plebiscito convocado para el 2 de octubre. Sus argumentos son sólidos, es más democrático, se puede discutir el futuro del país y a diferencia del plebiscito no es un escenario donde tenemos que aceptar o rechazar todo. Sin embargo, el gobierno rechazó esa idea hace rato y las Farc se arrodillaron sobre este punto enseguida. Es de notar que uno de los problemas en el proceso con el ELN es precisamente su insistencia en mecanismos de participación del pueblo. Las Farc, sin embargo, como  buenos estalinistas, no tienen mayor problema en excluir al pueblo.
 
Sin embargo, una Asamblea Constituyente, no nace de la nada. Tiene que surgir como parte de un proceso y una demanda popular. Empero, este proceso se hizo a espaldas del pueblo y realmente no hay demandas populares, sino demandas de las ONG.
 
El Plebiscito
Entonces, el 2 de octubre Colombia votará sobre el Acuerdo Final. O eso dicen. La realidad es más compleja. No existe ninguna alternativa real al Acuerdo Final, no hay opciones reales en el plebiscito, es sí para poner fin a la balacera con las Farc o no para seguir en ese conflicto. La llamada opción de Hobson, eso o nada. Es probable que la gente vote que sí, pues a fin de cuentas ¿quién quiere la guerra? Pero en la práctica no hay una votación sobre el contenido del Acuerdo Final, no habrá una discusión sobre eso. ¡Y menos mal! Pues se garantiza impunidad para los militares, un no rotundo, a una reforma agraria, y una impunidad total para los empresarios que financiaron a los paramilitares o mandaron matar, por nombrar solo tres cosas. Si los colombianos tuviesen que votar sobre el contenido del Acuerdo Final sería problemático. Hay organizaciones sindicales como Sinaltrainal quienes discrepan con varias partes del Acuerdo Final pero dicen que votarán que sí, y piden una Asamblea Constituyente. Además afirman que no quiere decir que ellos aceptan las políticas sociales del Estado y el gobierno de Santos ni que acepten las violaciones de sus derechos, por el simple hecho de formar parte de los acuerdos.
 
Pero es diciente, después de cuatro años negociando en La Habana, el país no va a votar sobre lo negociado sino sobre poner fin a la balacera con las Farc o no. La izquierda y las organizaciones sociales no están debatiendo los méritos de lo acordado, porque saben que poco o nada tienen de bueno. No existe una condena más contundente de las negociaciones de los últimos cuatro años, que al fin de cuentas a nadie le importan a la hora de votar. La envergadura de la derrota de las Farc se ve  en la irrelevancia del contenido de sus acuerdos en la vida nacional.
 
Bienvenido el fin del militarismo de las Farc, nada grato el reformismo que lo reemplaza.