“EL RETORNO DE LOS BRUJOS”…

“EL RETORNO DE LOS BRUJOS”…
 
 
¿Elecciones o guerra santa?
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Por: Luis Miguel Rodríguez
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Hablar de fundamentalismo y excesos en la aplicación de las prácticas religiosas de algunos credos del Oriente Medio hacia allá, era asunto anecdótico, histórico o de cultura general que no merecía cercana preocupación para el colombiano del común en la última época de nuestra vida republicana.
Si bien hacia la mitad del siglo pasado, en la época conocida como “la violencia”, los sectores de derecha, comandados por el Partido Conservador y las altas jerarquías eclesiásticas católicas, alimentaron odios fratricidas desde los púlpitos, desde los cuarteles convertidos en púlpitos y desde la oscuridad (léase oscurantismo) de nuestros campos, de ahí en adelante el discurrir político seguía alimentándose de filosofías, ideologías y doctrinas socioeconómicas, y el debate construyéndose principalmente a partir de referentes externos aplicados a nuestro medio.
Las penosas situaciones propiciadas por grupos religiosos extremistas como Al-Qaeda y el Estado Islámico se veían lejanas en el tiempo y la distancia, hasta que tal vez a algún asesor, mezcla de ayatola con policía secreto de la Alemania de Hitler, se le ocurrió que el explosivo coctel de religión con política y unas gotitas de miedo podría generar jugosos réditos en las continuas confrontaciones electorales que de cuando en cuando ocurren en Colombia.
Entonces, los principios que determinaron el nacimiento de los partidos políticos, cedieron paso a dogmas de fe y prácticas arcaicas extraídas de los más refundidos pasajes de los libros del Antiguo Testamento por fanáticos católicos y pastores y practicantes del sinnúmero de cultos que poco a poco iban invadiendo los garajes y enramadas de campos y ciudades, en una proliferación inusitada de iglesias, muchas de las cuales parecen más microempresas familiares que otra cosa.
Algunos retardatarios que echaron mano de la franquicia liberal, por ejemplo, terminaron promoviendo en nombre del Señor, la negación de derechos fundamentales a las minorías, en una cruzada que riñe absolutamente con los principios que inspiraron la creación de la colectividad; mientras que oportunistas de otros partidos aterrizaron en los centros de culto para convertirlos en tribuna política, aprovechando la multitudinaria audiencia y la monolítica opinión de los creyentes a quienes generalmente se les niega –por principios de fe- la posibilidad del disenso.
De un momento a otro, sin darnos cuenta nos enfrentamos a un escenario proselitista en el que la discusión no es acerca de la conveniencia de ciertas políticas públicas o modelos económicos, sino de qué es pecado y qué no. Poco a poco, para provecho de una clase dirigente corrupta e inescrupulosa que ha descubierto un nuevo filón, vamos involucionando hacia la época de la colonia, con despojos y tiranía a nombre de dios y la santa inquisición instalándose en los despachos públicos y la dirigencia de los partidos políticos. ¡Alabado sea!