CALENTANDO MOTORES

EL SATÉLITE ELECTORAL:

Vivimos engañados, y lo sabemos…

Por: Octavio Quintero

Vía: REDGES

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Nota: Editoriales similares se enviarán periódicamente a los internautas en la REDGES con el fin de que dispongan su divulgación, si a bien tienen, en sus entornos sociales, como una contribución a la pedagogía electoral en esta temporada de renovación de alcaldes y gobernadores, diputados y concejales.

Gracias por su atención

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 “Todos somos iguales”, es lo que reza la Constitución y se nos dice con frecuencia. Pero es un decir porque a la hora de reclamar nuestro derecho, interfieren muchos factores como el económico, de clase, político o el favoritismo. Eso es muy lamentable.

Sin embargo, a la hora de votar, todos sí somos iguales. Ese es el valor fundamental de la democracia. El voto de cada elector vale 1, independientemente de que sea dueño del sistema financiero o vigilante de un banco.

Si las elecciones fueran absolutamente transparentes, seguramente tendríamos mejores gobiernos y legisladores. Pero el mundo político está plagado de malandros “con licencia para delinquir”, pues, pareciera que la ley, que ellos mismos hacen, no fuera con ellos.

Si las autoridades correspondientes aplicaran los 16 delitos electorales que contempla el Código Penal, de la misma forma como se le aplica la ley al que se roba una gallina, otro gallo cantaría. Dentro de esos delitos vale la pena subrayar los más comunes en estos momentos en que nos vamos preparando para las elecciones de octubre en torno a alcaldes y gobernadores; concejales y diputados, llamadas regionales o locales:

 

  1. El engaño, la presión, la corrupción, el fraude y el constreñimiento al elector, penalizados con prisión de 4 a 9 años y multas que van desde 50 a 1.000 salarios mínimos. Estos delitos son fáciles de detectar por nosotros mismos, pues, si alguien quiere que votemos por él a cambio de algo personal, no con base en su programa de gobierno, ahí está la trampa porque, generalmente, una vez elegido, nos desconoce o ‘mama gallo’, como vulgarmente se dice.

  2. Vender los votos de un grupo de ciudadanos, algo usual en los llamados líderes cívicos como presidentes de juntas de acción comunal y de juntas administradoras de conjuntos residenciales. A esto se le llama “tráfico de votos”.

  3. La retención de cédulas y también la negación, sin justa causa, de la inscripción ciudadana, son usuales en estos tiempos.

 

Si queremos: repetimos, si queremos que las elecciones en nuestro municipio o departamentos se parezcan a lo que quiere el pueblo, somos nosotros mismos los que tenemos que demandar ante las autoridades correspondientes estos delitos electorales y hacerles seguimiento, porque la corrupción judicial es otra de las malas formas en que se amparan los malandros políticos para burlar las sanciones penales y pecuniarias.

No tener conciencia de que en cada elección todos somos iguales y de que, justo en el momento de votar, somos el poder constituyente, es decir, el que constituye, y por tanto estamos en ese momento por encima de los demás poderes llamados Ejecutivo, Legislativo y Judicial, es una verdadera calamidad social de la que se aprovecha el político inescrupuloso.

Sigue siendo un problema sociopolítico, hasta el momento insoluble que, a pesar del inconformismo que manifestamos todos los días sobre la mayoría de gobernantes y concejales que dirigen los destinos municipales, a la hora de elegir, volvemos a elegir “a los mismos con las mismas”, como se dice popularmente.

Harto caro nos sale después en términos de corrupción, por ejemplo, de la que posteriormente se desprenden todos los males que nos aquejan como sociedad: obras mal hechas o inconclusas; el enriquecimiento ilícito a costa de la alimentación de los niños en las escuelas o la esperanza fallida (¡otra vez!) de una promesa laboral o contrato en la nueva administración. Y a la siguiente elección, volvemos a apostarle a la oportunidad, como si estuviéramos jugando lotería.

Si fuéramos capaces de desprendernos de estos egoísmos, y a la hora de elegir pensáramos solo en el bienestar de todos, esa sería la solución mágica. Pero, vaya a ver…

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