AL PAN, PAN Y AL VINO, VINO

Análisis político/El Satélite

(14/03/16)

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Es un error, en términos políticos, calificar de “oposición” al uribismo. El término ‘oposición’ tiene 11 acepciones en el diccionario español y tres de ellas: la 6, 7 y 8, fijan claramente el alcance de oposición en términos políticos, como se puede apreciar:
“6. Conjunto de grupos o partidos que en un país se oponen a la política del Gobierno. || 7. En los cuerpos legislativos, minoría que habitualmente impugna las actuaciones del Gobierno. || 8. Cada uno de los cuerpos deliberantes, o de los sectores de la opinión pública adversos al poder establecido”.
 
En la primera de las acepciones mencionadas, resulta evidente que el Centro Democrático no se opone a la política del gobierno, sino solo al proceso de paz… Por el simple hecho de que uno o varios parlamentarios se opongan a una propuesta del gobierno de turno, no se pueden ganar el título de “oposición” porque, entonces, ¿en que quedaría esa oposición política cuando a la siguiente propuesta aparezca respaldando al gobierno? Un claro ejemplo de que una cosa es oponerse al gobierno y otra a alguna de sus propuestas es la polémica y controvertida venta de Isagén.
 
En la segunda (7), la precisión idiomática distingue la oposición en términos políticos como la minoría que habitualmente impugna las actuaciones del Gobierno. ¿Alguien ha visto al uribismo impugnar al gobierno en algo distinto al proceso de paz?… Por ejemplo a sus políticas económica, agraria, de salud, educación, vivienda, laboral, de comercio exterior, monetaria o de relaciones exteriores. ¿No, cierto que no?
 
En la tercera, la definición resulta más contundente cuando preceptúa que ‘oposición’ es la que se constituye en medio de la opinión pública adversa al poder establecido.
 
¿Es el uribismo adverso al poder establecido? ¿No, cierto que no? ¿Qué es entonces el uribismo (o Centro Democrático) con respecto al gobierno, y en materia política?: es la continuación de más de lo mismo. Es, para decirlo en otros términos, una excepción dentro de la política de Estado que difiere en la política del actual Gobierno solo en su propuesta de paz.
 
Y esa diferencia de forma en cuanto al proceso de paz, ha llevado a la polarización de la opinión pública en torno a tan importante asunto; y lo ha llevado el propio presidente Santos cuando, al sacar provecho político de su propuesta, invitó en las pasadas elecciones a votar por la guerra o la paz, convirtiendo a todos sus contradictores en enemigos de la paz. Fue tan fuerte el mensaje subliminal que en él quedaron engarzados recalcitrantes críticos de su mandato y de las políticas de Estado, en general, como, por citar uno solo, Antonio Caballero de Semana.com; y hasta un vasto sector del Polo Democrático, éste sí, auténtico grupo de oposición a la política de Estado y, por ende, al poder establecido, resultó también engarzado en el sofisma.
 
De regreso, son estos mismos críticos que ahora temen que su “voto útil” pueda verse desperdiciado en virtud de la terquedad de un presidente que se aferra al plebiscito por la paz bajo el alto riesgo de que un No nos devuelva al punto cero de la mesa de La Habana: “Nada está acordado hasta que todo esté acordado” (SIC).