¡VEJEZ INDIGENTE!: NO FUTURO

¡VEJEZ INDIGENTE!: NO FUTURO

Hay que hacer algo YA y ahora para rescatar lo más sagrado de la existencia humana: la vejez

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JORGE ORLANDO SALAZAR SANTANDER

Columnista en línea GES

Editor/Octavio Quintero

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Uno de los fenómenos sociales que más  se  extiende  en  Colombia  es el de la “humanidad  envejecida“, inicua razón por la cual, el gobierno y la sociedad, sin tener en cuenta los  derechos humanos de esta ancianidad, la vean  y la califiquen como supuestamente improductiva; la convierten en una carga pesada para los trabajadores activos y el presupuesto nacional; incluso, en una carga incómoda para sus propias familias.
 
¡El horror! Más aún: a esta humanidad envejecida, ya empieza a vérsele estéticamente fea en las ciudades y fastidiosa a la juventud.
 
La vejez introduce un elemento de radicalidad existencial desde la cual, o se encuentra al fin la existencia añorada, o tal vez se pierda para siempre, pues, en cierta manera,  la vejez introduce al ser humano en un limbo intemporal.
 
Establecido y demostrado el estado de indigencia en que se adentra la población de tercera edad en Colombia, como solución, la ignoramos a lo avestruz; e indolentemente la miramos con soberbio desprecio de inutilidad, sin caer en cuenta que la vejez es la realidad diferida a la que estamos llamados todos… Somos realmente viejos, cuando negamos la realidad, creyendo absurdamente  que dándole la espalda  a la vejez  y alejándonos de ella, nunca nos alcanzara. Ese miedo  artificial  a envejecer es ya, pura ancianidad: “el miedo a la vejez, es ya vejez prematura”.
 
La verdadera ancianidad nunca es prematura, siempre es madura; llega en su tiempo  de  oportunidad; la intuye el corazón que no engaña como la mente con sus máscaras autocomplacientes.
 
La preocupación, tanto del gobierno como de la sociedad, debe ser el de procurar  la máxima comodidad al anciano en  su integración  y  utilidad social, es un supremo acto de civilización, ya que  la inteligencia  del ser humano consiste en mantener viva la herencia de sus antepasados que, de vuelta, es lo que ha logrado el milagro de mantener viva a la especie más débil del universo.
 
La esperanza de vida no constituye una fría estadística de años; no es una inútil batalla contra los estragos del tiempo, tal vez, sencillamente, sea un disolver en puro tiempo. La esperanza de vida  es precisamente llenar con vida  el espacio vacío del tiempo, sofocar el ansia de vivir  sin abandonarse al abrazo  tramposo de la esperanza inerme.
 
La parábola, y al mismo tiempo paradoja de la vida, es que debemos obrar siempre como si fuéramos inmortales… Pero, siendo la mortalidad lo ineluctable, debemos aceptar la vejez como algo natural, sin temor.
 
Siendo este tema del envejecimiento, trascendental para el futuro de la sociedad, no podemos seguir ignorando el maltrato familiar, gubernamental y social que estamos dando a los abuelos, alegando falta de recursos económicos para proveerles a todos los ancianos una pensión digna y vital que les permita asilarse dignamente en hogares geriátricos, antes que escaparse a la calle como anciano indigente, mirados por todos nosotros como piltrafas humanas, enfermos, limosneando, sumidos en el abandono de la familia, el Estado y la sociedad, acosados por el hambre, las enfermedades y, muchos, ensimismados en los estupefacientes.
 
¿Cuál será el futuro  de esta vejez indigente?: dramático, si no hacemos algo ya y ahora…