¡ABAJO EL NEOLIBERALISMO!

 
Tenemos que rescatar nuestra soberanía y autonomía alimentaria
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Marco Tulio Osorio
(Ing. agrónomo: UNAL Medellín)
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Internauta en RED-GES. Vía, El Satélite
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Cultivar el área de siembras de un país es fundamental, pues, los alimentos constituyen un bien sin el cual como es natural no podemos vivir ya que los necesitamos día tras día. Lo ideal sería cultivar  los  que requiramos   y ojalá excedentes para exportar, pero la realidad es otra en Colombia
 
De acuerdo con estimativos de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), el país paga anualmente alrededor de US$6.000 millones (unos 18 billones de pesos que equivalen a un 8% del presupuesto nacional), en importaciones de productos básicos y procesados desde carne y pescado, pasando por lácteos, quesos, legumbres, hortalizas, café y otros 300 productos que llegan de EE.UU. Chile, México y 20 países más, donde Colombia ‘merca’ a diario. Según el presidente de la SAC, Rafael Mejía, el país importa más de 12 millones de toneladas de alimentos al año, que, si hubiera una verdadera política agraria, por lo menos el 50% de esas importaciones se podrían sustituir.
 
El caso más palpable e insólito lo constituye el maíz (que se produce en todos los climas y suelos colombianos), y en este momento  el cultivo más extendido en el mundo entero. Pero Colombia es de los pocos países que ni siquiera es autosuficiente en este caso,  teniendo que importar alrededor de 4,5 millones de toneladas al año para el consumo humano y animal. Comparaciones similares se podría seguir haciendo como en soya o en cereales como trigo y cebada, cultivos que eran pródigos en nuestros suelos andinos de Boyacá, Cundinamarca y Pasto hace apenas 30 años.
 
Téngase en cuenta, para más señas sobre el desmonte de una política agraria de sano corte nacionalista, que Colombia era autosuficiente en la producción de alimentos hasta los años 1990. Pero en los primeros y nefastos años de la apertura económica (gobierno de Gaviria), 4 años después (1994)  ya se  importaban  4,5 millones de toneladas; y siguieron creciendo las importaciones hasta alcanzar al finales del 2008, ocho millones de toneladas y, actualmente, como se dijo atrás, estamos en 12 millones anuales de importación de alimentos, y “el rancho ardiendo”, como dicen los campesinos, arrasado el campo por el modelo neoliberal.
 
De todo lo comentado anteriormente  se concluye que pasan los años y las importaciones de alimentos aumentan.  . Luego resulta evidente que hay un proceso descomunalmente grande de sustitución del trabajo nacional por trabajo extranjero, lo que inexorablemente acarrea más pobreza y desempleo.
 
El campo, los campesinos y empresarios del agro (pequeños, medianos y grandes), tienen que gozar de una política agropecuaria coherente con el postulado universal de considerar la política alimentaria interna como una cuestión de seguridad nacional.
 
Por ejemplo, para citar un par de ejemplos contundentes, de donde provienen la mayor parte de nuestras importaciones alimentarias, en Estados Unidos se subsidia al sector agropecuario con cerca de 95.000 millones de dólares anualmente y en los países de la Unión Europea esos subsidios se elevan a más de 100.000 millones de euros y, más cerca de nosotros, Brasil, los subsidios al campo se estiman en por lo menos 60.000 millones de dólares al año.
 
Con los  TLC y Plan Colombia, lo que se impone es que el país se “especialice” en cultivos tropicales: café, banano, flores y algunas frutas y otros cultivos marginales o exóticos que no se producen en Estados Unidos o la UE cuyas exportaciones, por supuesto, no compensan jamás las importaciones que tenemos que hacerles para suplir la dieta alimentaria de nuestra población.
 
Necesitamos un próximo gobierno que se imponga el propósito nacional de rescatar nuestra autonomía alimentaria, entendiendo por esto como el derecho que tenemos a alimentarnos con productos nutritivos culturalmente adecuados, accesibles a toda la población en forma ambientalmente sostenible y sustentable.
 
La soberanía alimentaria no se debe perder de vista, pues, los cultivos tropicales “productos postre”, como dicen los ecuatorianos, no constituyen  dieta básica. Resultaría de una torpeza imperdonable y de una irresponsabilidad política histórica que el día de mañana, cercados por hambre, tuviéramos que desayunar, almorzar y comer palma africana, y para varias la dieta, de vez en cuando, un banano con moras.
 
Mientras en países responsables de su soberanía y autonomía alimentaria, más del 50% de sus tierras se dedican a la producción agropecuaria, en Colombia solo estamos aprovechando el 6,6 de nuestros fértiles suelos, unas 7,2 millones de has., considerándose, además, que al menos 23 millones de has., adicionales se podrían incorporar fácilmente a la producción lo que quiere decir que más del 70% de la tierra apta para sembrar no se aprovecha.
 
Tenencia de la tierra
Es otro problema muy grave en Colombia y es otra de las causas por la cual  se cultiva poco debido a  que el suelo colombiano está en muy pocas manos, pues, desafortunadamente el 1% de la población (480.000 personas) posee la mitad de la tierra (55 millones de has), de las cuales, unos 30 millones están destinadas para   uso agrícola y aproximadamente unas 13 millones son  ganaderas y el resto para un uso no agropecuario.
 
Los datos anteriores sitúan a Colombia en el primer lugar en  el ranking de la desigualdad en la distribución de la tierra en América Latina.
 
Los acuerdos de paz han establecido diferentes mecanismos para facilitar el acceso a la tierra que fue  una de las causas del conflicto así como la concentración de la tierra en unas pocas manos como anteriormente se detalló y su intención del acuerdo es posibilitar la redistribución y la restitución de tierras para quienes fueron despojados de ellas y quienes son los verdaderos dueños.
 
Los acuerdos de paz firmado por el gobierno y las Farc estipula una reforma agraria con la entrega de unas 3 millones de hectáreas y la formalización de la propiedad  en  otras 7 millones de hectáreas lo cual demandará unos 37.000 millones de dólares que incluiría además asistencia técnica a los campesinos, seguridad  alimentaria, proyectos productivos con lo cual se espera reducir la diferencia de pobreza entre el campo y la ciudad. Esa es la esperanza.