LA REVOLUCIÓN DE LOS SÍMBOLOS

18.08.2017 09:09
 
 
 

El simbolismo fue una revolución de tipo literario y artístico que se originó en Francia, y que se desparramó de inmediato por el resto del planeta, consistente en plasmar en símbolos, bien fuera con imágenes gráficas o escritas, que representaran los sentimientos, deseos y problemas del ser humano. Se consideró al simbolismo un arte decadente, no porque sus cultores fueran artistas en decadencia, sino porque surgieron cuando el siglo XIX entraba en decadencia, es decir, vivía su última década. Así, a finales del siglo antepasado, los simbolistas o decadentes promovieron una revolución que conmovió profundamente no sólo al arte sino al ser humano en todas sus manifestaciones.

 

La simbología nació milenios antes que el simbolismo, aunque no como revolución liberadora, sino como su contrario, manipulación opresora, mediante símbolos, del espíritu y de la voluntad de la gente. Especialmente las religiones se han valido de símbolos, desde tiempos remotos, hasta nuestros días, para ejercer su poder dominador. Y lo mismo ha hecho la política farsante. El simbolismo ha servido, bien para engañar a muchos mucho tiempo, o bien para crear imágenes que induzcan al ser humano pensante a tomar determinaciones adecuadas para encontrar la senda esquiva de la verdad y de la libertad.

Por ejemplo, ahora se debate el país en un mar de corrupción y de escándalos, que mantienen aterrada a la comunidad, a los medios, a las personas decentes que no aciertan a explicarse en qué momento desdichado el país cayó en manos del hampa (de cuello blanco principalmente). La explicación es sencilla. Durante siglos hemos erigido en símbolos de la nacionalidad a los corruptos. Comenzando por el fundador de la corrupción, el conquistador don Gonzalo Jiménez de Quesada, y siguiendo con los organizadores de la corrupción en la justicia, los señores oidores de la Real Audiencia. Ya en la república, no desechamos aquellos símbolos, que mejor estaría denominar antisímbolos. Continuamos con ellos y con su corruptela disfrazada. 


Mientras echamos tierra sobre la memoria de los zipas, mientras condenamos al olvido a los libertadores como José Antonio galán, Antonio Nariño, Francisco de Miranda, y el más grande de todos, el Libertador por antonomasia, Simón Bolívar, veneramos la memoria de un saqueador y asesino como Gonzalo Jiménez de Quesada, y (para avanzar hasta nuestros días), estamos convirtiendo en símbolos nacionales al narcotraficante Pablo Escobar y al rey de los sicarios, alias Popeye, de cuyo edificante libro de recuerdos se venden cuatrocientas mil copias, el triple que en la primera edición de ‘Cien años e Soledad’. Hay que ver cómo el principal atractivo turístico de Medellín ya no es su modesto metro elevado, sino una cosa que llaman “El recorrido o el tour de Pablo Escobar”, donde se narra con pelos y señales la vida ejemplar de ese prócer. ¿Cómo quieren entonces que Colombia no sea el paraíso de los corruptos, si tales son los símbolos que le ofrecemos?

¿Cómo quieren entonces que Colombia no sea el paraíso de los corruptos, si tales son los símbolos que le ofrecemos?

El señor alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa Londoño ha simbolizado esa actitud de veneración hacia la memoria de los corruptos. Mandaron retirar de la sala de presidentes del Concejo el retrato de Simón Bolívar que encabezaba la galería de retratos de concejales destacados, y el burgomaestre hizo bajar de la Sala de los Libertadores de la Alcaldía el cuadro de Simón Bolívar para sustituirlo por el de Jiménez de Quesada, con el consiguiente cambio de nombre del recinto. La Sala de los Libertadores de la Alcaldía pasó a llamarse Salón de los Conquistadores. “¡Háganme el fabrón cavor”, decía un ingenio bogotano. ¿En manos de quien estamos? Si retrocedimos a la colonia, convendría que le Embajada de España obsequiara un cuadro de S. M. Fernando VII a la alcaldía de Bogotá para empotrarlo allí como símbolo iterativo de nuestra condición de vasallos.

Por fortuna, se está gestando desde el Concejo un movimiento, “La Revolución de los Símbolos”, por iniciativa del Concejal progresista Hollman Morris, quien presentó el proyecto de Acuerdo No. 654 de 2016, debatido y aprobado por el Concejo, y suscrito por el señor Alcalde mayor Enrique Peñalosa, “por el que se retiran las condecoraciones y reconocimientos a los concejales de Bogotá D. C. que hayan sido condenados por delitos contra la administración pública”. El Artículo tercero del acuerdo mencionado, como consecuencia de lo dispuesto en los artículos 1 y 2, ordena que “serán descolgadas de las paredes del Salón de los presidentes del Concejo de Bogotá D. C., las fotografías y/u óleos de los concejales que hayan ocupado cargos directivos y que hayan sido condenados por delitos contra la Administración Pública”.

En efecto, y en cumplimiento de lo dispuesto en el Acuerdo, en la mañana de hoy (viernes 18/8/2017), día de la Transparencia de Bogotá, fueron descolgados del Salón de los Presidentes del Concejo los retratos de tres de sus expresidentes: Hipólito Moreno (condenado por el caso de las ambulancias), Germán Olano (por el caso de la Calle 26), y Orlando Parada (por el caso del desfalco en el IDU).

Es el primer paso para comenzar a recuperar la decencia y a imponer la sanción social a los corruptos. Y vendrán más. Esa reacción saludable del Concejo de Bogotá contra aquellos de sus miembros incursos en hechos de corrupción, ha dado origen a “La Revolución de los Símbolos”, impulsada por Hollman Morris, miembros del Concejo y numerosos ciudadanos asqueados con el estado de cosas actual.

Entrevistado por esta columna, el concejal Morris, del movimiento Progresistas, define la “Revolución de los Símbolos”, incubada en el Acuerdo 654, como:

“… la búsqueda de una sociedad ejemplarizante por medio de la sanción social y otras que guíen el Acuerdo, que aspiramos sea emulado en todo el país, para buscar y encontrar los referentes simbólicos del nuevo país, rescatar la memoria de las grandes figuras que en el pasado simbolizaron la libertad, la democracia y la honestidad de Colombia, y borrar de las paredes y de los monumentos a los saqueadores del país, a los propulsores de la corrupción, a quienes hoy se simboliza como modelos para el pueblo colombiano. Un concejal debe sentirse en casa y esto implicar estar rodeado de imágenes de personajes, hombres y mujeres, dignos de admiración y de respeto. La acción política parte de lo simbólico, y hacer nueva política alejada de la corrupción requiere construir nuevos símbolos en los que la ciudadanía se sienta representada. Vamos a devolverle la confianza a la ciudadanía, esto es una reconciliación con la política limpiándola física y simbólicamente. Cada retrato, cada imagen y cada monumento que represente a los corruptos debe desaparecer de nuestras instituciones y recordarnos que no hay espacio en ellas para los corruptos. Preferimos tener paredes blancas, como símbolo de pureza y de rechazo a la corrupción. La idea es que esta iniciativa del Acuerdo 654 se convierta en ‘La Revolución de los Símbolos’, que cada corporación pública del país emule este tipo de acuerdos y que la ciudadanía se apropie de nuevos símbolos para construir un nuevo país”.

La Revolución de los Símbolos es el camino más correcto para cambiar y desaparecer los antisímbolos. Que vuelvan a gobernar en Colombia la decencia, la democracia, la libertad, los derechos humanos, el respeto a la vida, y la igualdad de oportunidades. Que se borre de nuestras costumbres descarriadas la corrupción, la avaricia, las componendas politiqueras, el paramilitarismo, las bandas criminales, el narcotráfico, las desapariciones forzadas. 

Ese cambio de símbolos, sin el que no podremos subsistir, ni como individuos, ni como nación en el siglo XXI, no está en otras manos distintas a las de los ciudadanos del común, mayoría inerme de personas que padecen los efectos devastadores de la corrupción en todas sus actividades. Para esa mayoría, que se acerca al 98% del país, se propone La Revolución de los Símbolos, de la que deberán ser, si quieren gozar sus beneficios, los grandes protagonistas.

 

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