EL PETRÓLEO NO ES EL FUTURO

18.01.2018 05:01

José Antonio Ocampo

José Antonio Ocampo

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El aumento del precio del petróleo durante 2017 y su aceleración a finales del año y comienzos del actual son, por supuesto, buenas noticias. Tal vez el efecto más importante es el que tendrá sobre los ingresos del Gobierno, tanto por mayores dividendos de Ecopetrol como por los impuestos de renta de todas las empresas petroleras. 

Debe contribuir, igualmente, a aumentar la inversión petrolera, con efectos positivos sobre la demanda interna, la actividad productiva y las reservas petroleras del país. También constituye, por supuesto, mayores ingresos de divisas y ayuda a disminuir el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos.

 

Pero debemos tener total claridad: el petróleo no es el futuro de la nación.
Primero, porque las reservas petroleras y los niveles actuales de inversión apenas dan para mantener la producción petrolera nacional.

Segundo, porque los factores que han permitido el repunte de los precios (el fuerte crecimiento esperado de la economía mundial y los problemas de producción de algunas naciones petroleras) no garantizan que la tendencia actual se mantenga por mucho tiempo, entre otras razones porque provocarán mayor producción de fuentes no convencionales (la fracturación hidráulica).

A más largo plazo, además, la demanda mundial de petróleo tendrá que disminuir para cumplir las metas mundiales de mitigación del cambio climático. La triple revolución tecnológica en torno al sector energético (automóviles eléctricos, generación de energía solar y eólica, y baterías de larga duración) también generará una reducción de la demanda de petróleo.

Pero, tercero, y aún más importante, porque Colombia tiene que apuntarle a una estructura productiva y exportadora mucho más diversificada y con mayor contenido tecnológico. La diversificación, tanto de sectores productivos como regional, fue, de hecho, una de las fortalezas históricas de Colombia que se debilitó como resultado de la fuerte revaluación del peso generada por el auge petrolero y minero de 2004-2014, en especial en 2010-2014.

Esto se refleja en varios datos. El crecimiento de la producción industrial del país entre 2007 y 2017 ha sido de menos del 1 % anual y, no obstante su repunte el año pasado, la agropecuaria apenas ha crecido un 2 % anual durante esa década. Las exportaciones no petroleras ni mineras comenzaron a aumentar de nuevo el año pasado, sin embargo se encuentran apenas en los niveles de 2008; y las de manufacturas, todavía por debajo.

Las exportaciones no petroleras ni mineras deberán ser una política de Estado para el próximo gobierno. Ellas deberán contribuir a la reactivación productiva, así como a la sostenibilidad del ajuste de la balanza de pagos, que todavía es incompleto.
Una política de ciencia y tecnología muy activa tendrá que ser un complemento esencial. Será necesaria para garantizar un aumento en la productividad de la economía y una mejora en la calidad de la canasta exportadora. También habrá que explorar las posibilidades de productos y exportaciones más intensivas en empleo, en especial las provenientes de las zonas de conflicto y, muy en particular, las que ofrezcan una alternativa a la siembra de coca.

El esfuerzo exportador debe tener una base amplia: tanto productos agropecuarios como manufacturas y servicios. Colombia ya está mostrando posibilidades interesantes en varios sectores, entre ellos las frutas y el cacao, los servicios de turismo y las consultorías internacionales, y algunos productos químicos en el sector manufacturero. Este es el verdadero futuro.

El aumento del precio del petróleo nos da un respiro en medio de un ajuste fiscal y externo todavía incompleto y de una reactivación todavía débil, pero el país lo debe tener claro: el petróleo no es el futuro.

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